José Antonio Pagola comentando la solemnidad que estamos celebrando dice: “Hablar del cielo les puede parecer a muchos no solo escapismo y evasión cobarde de los problemas que nos envuelven, sino hasta un insulto insoportable y una broma. No es el cielo lo que nos tiene que importar, sino la tierra, nuestra tierra. Probablemente, serían muchos los que suscriban de alguna manera las palabras apasionadas de Nietzsche: «Yo os conjuro, mis hermanos, permanecer fieles a la tierra y no creáis a los que os hablan de experiencias supraterrenales. Consciente o inconscientemente son unos envenenadores… La tierra está harta de ellos; ¡qué se vayan de una vez!»”
“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” Yo no sé si aquellos hombres vestidos de blanco que les hablaron a los discípulos conocían el futuro y en él estas duras palabras de Nietzsche que cita Pagola, pero sí que el toque de atención que le dan a la comunidad de discípulos, de que mirando para el cielo no se va a ninguna parte, es muy elocuente.
El tiempo del Jesús histórico se termina, Él entra en la plenitud de Dios, pero no tenemos que tener ningún sentimiento de orfandad porque con nosotros queda la esencia de su vida y de su persona: nos queda su Palabra, sus pasos, su memoria, y, lo que es más importante: la fuerza de su Espíritu. Hay muchas miniaturas medievales que muestran la Ascensión del Señor, y los discípulos mirando al cielo, y se ven las marcas de sus pies impresas en la tierra, en nuestra tierra, en la tierra que está harta de los que prometen la vida eterna pero que son incapaces de poner sus espaldas para ayudar a llevar el peso de la vida y los problemas de las pobres gentes. Las huellas del Señor de la gloria son las señales del Jesús histórico. Es significativo que los evangelistas nos presenten al Señor resucitado con la señal de los clavos, porque esas señales nos remiten a aquellas maneras y modos que el Jesús histórico tenía de comprender a Dios y a los hombres: siempre en positivo, siempre con una mirada limpia. La pasión no fue el final, sino el comienzo de una nueva vida para Él y para nosotros.
Nuestra fidelidad a Jesús el Cristo pasa por una fidelidad a la tierra, a su humanidad y a una profunda sensibilidad ecológica. Si no queremos que las palabras de Nietzsche sigan siendo una vergüenza para los creyentes, tenemos que dar respuesta a una tierra que clama de ser liberada de tanta esclavitud, sedienta de paz, hambrienta de justicia. Tenemos que ser fieles a los hombres y mujeres y a sus aspiraciones de tener una vida digna como seres humanos.
Cuando el Señor pide a su comunidad que vayan a hacer discípulos en todos los pueblos, no los envía con un cuerpo de doctrina, solo tienen su palabra y su vida, y la certeza de su presencia. Nada más, pero tampoco nada menos. Luego vendrá la reflexión teológica y el dogma, que son necesarios, pero, si en la Iglesia queremos ser fieles a Jesucristo, a su vida, a su proyecto de transformación desde la utopía del Reino de Dios, tenemos que sorprender a la sociedad con gestos públicos de bondad, rompiendo esquemas, distanciándonos de estrategias, estilos de actuación y lenguajes agresivos que nada tienen que ver con su Maestro y Señor, que bendecía a las gentes con gestos y palabras de bondad. De hecho, el último gesto de Jesús que nos narra el evangelio de Lucas cuando el Señor asciende a los cielos es una bendición: “Levantando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo).”
En un mundo tan lastimado como el nuestro es necesario que recojamos los gestos de bondad de Jesús que nos narran los Evangelios y también el modo en que se enfrentaba a la dureza de corazón de los hombres religiosos, poniéndose a favor de los débiles, los pequeños, de las mujeres, de todos los que sufrían cualquier tipo de marginación. ¿O es que pensamos que podemos ir por el mundo imponiendo un modelo de moral, de sexualidad, de familia y de doctrina? Jesús nunca imponía nada, por eso en el tiempo de la Iglesia, que es el que estamos viviendo, nuestra fidelidad al Maestro y Señor, pasa por una obediencia al Espíritu, que siempre, siempre, entendedlo bien, siempre nos va a llevar a su Santísima Palabra y en ella encontraremos la esencia de nuestra fe, el modelo de nuestro comportamiento.
En la palabra encontramos a Jesús que abraza a los niños, es decir, se acerca a la orfandad de las personas y hace aflorar en ellas la risa de la vida y de la esperanza. Toca a los leprosos para que no se sientan rechazados, es decir, se acerca a todas las lepras que deforman a tanta gente. Acoge, come con pecadores, indeseables y descreídos. Lo que nos está advirtiendo que no le podemos negar a nadie la felicidad de ser persona, y menos en el Santo Nombre de Dios. Y estos gestos de Jesús no son gestos convencionales, nacen y surgen de sus entrañas, de querer hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se ayuden y cuiden mutuamente. Por lo tanto: el mandato del Señor de ir a hacer discípulos suyos es mucho más que enseñar el catecismo. Es enseñar un nuevo modo de sentir la vida, de amar y respetar a las personas, los río, las fuentes, los bosques, los animales… Todo aquello que es crecimiento para la humanidad es anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios.
Se nos pide que no miremos para el cielo buscando respuestas y soluciones a nuestros problemas porque él nos dejó muy claro cuál es el camino: “YO SOY EL CAMINO”. Nos enseñó cuál es la verdad: “YO SOY LA VERDAD”. Y nos dijo cuál es la verdadera vida: “YO SOY LA VIDA”. Por eso, su Palabra, su Memoria y sus Huellas, tienen que estar presentes y activas en la comunidad creyente. El tiempo del Espíritu es tiempo de creatividad, de ilusión, de una vida que mira al futuro sin miedo, no es tiempo de estéril contemplación, de conventículos y comunidades cerradas sobre sí mismas. No, es una ola de vida que se tiene que expandir por el mundo llenando los corazones de esperanza.
“Id y hacer discípulos míos a todos los pueblos… Os aseguro que yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo”. Esta es su palabra, esta es la fe de la Iglesia y felices nosotros si lo proclamamos.
Gracias
Amén
Gracias por el envío. Muy oportuno y conviene recordarlo; Pagola, como siempre, tan valiente y dispuesto a todos los líos por fidelidad al Maestro, pero no es el único, claustros de facultades,parroquias y teólogos dan testimonio de ello, gracias a Dios. Abrazo fraterno y como decía el salmo de ayer: «tocad con maestría», seguid cantando con la maestría que en vuestra boca pone el Espíritu.