
Obra de Nicola Magrin | 2011
El Evangelio de este domingo (Lucas 9,51-62) puede resultarnos bastante duro y, nuestra primera impresión pueda ser matizar esos imperativos categóricos de las tres máximas que nos dice Jesús. La primera y la tercera pueden ser acogidas, pero la segunda es demasiado severa para nuestra sensibilidad. De hecho, muchos comentaristas niegan que Jesús pronunciara una máxima como esta que va en contra de todas las normas morales de la religiosidad judía y no contiene un mandato específicamente cristiano. Pero hay otros comentaristas que sostienen precisamente que es la severidad de esta máxima la que la hace una palabra auténtica de Jesús de Nazaret.
Siempre pasa igual, ante lo desconcertante la razón nos dice que eso no puede ser así. Yo pienso que en esta perícopa evangélica lo que no se puede hacer es aislar una de las máximas y analizarla independientemente de las otras dos, porque hay na finalidad concreta, hay un mensaje para todos aquellos que quieren ser discípulos y hay un mensaje para la Iglesia: El compromiso con el Reino implica una renuncia en la que no caben distracciones posibles. Seguir a Jesús requiere una dedicación exclusiva a las tareas de implantación del Reino que tienen que superar los más íntimos sentimientos familiares.
En el fondo de todo, ¿qué es lo que Jesús les está a decir a esos tres aspirantes a discípulos, y lo que nos está a decir a nosotros hoy? Ante todos nos está diciendo que la condición de discípulo requiere una gran libertad, todo aquello que nos pueda atar dificulta la eficacia en la expansión del Reino de Dios. Por eso San Pablo nos dice que Cristo nos llama para vivir en libertad, es como una obsesión que tiene el Apóstol, que quiere que los cristianos sean libres. Y la libertad cristiana no es algo que se consigue tan fácilmente. Si echamos una mirada, por muy superficial que sea dentro de nosotros, y no digamos en la vida de la Iglesia, encontraremos largas cadenas y fuertes cepos, estamos bien atados, y lo peor es que, muchas veces, nos sentimos a gusto. Por eso, cuando nos encontramos con un discípulo verdaderamente libre según el espíritu de Cristo, nos resulta tan desconcertante que no dudamos en decir que anda loco. Y en la historia del cristianismo sabemos mucho de eso.
Seguir a Jesús en libertad supone que somos hombres y mujeres enteramente abiertos a las exigencias del Reino y estas exigencias son obra del Espíritu, que es el que nos va a mostrar el camino a seguir a través de los acontecimientos de la vida. Él es el que nos va a decir dónde tenemos que estar. Así es como podemos entender que el Hijo del Hombre no tiene donde reposar la cabeza. No nos habla Jesús en esta máxima de una pobreza personal, a Él lo que le sobraban eran sitios donde descansar. Lo que aquí se nos está diciendo es que ser discípulo es algo extremadamente serio porque la exigencia del Reino convierte los vínculos familiares en algo que pertenece al pasado, es lo que está detrás. El que se empeña con seriedad en el seguimiento de Jesús y en la implantación del Reino necesita una mano firme en el arado y na mirada al frente para abrir con decisión los surcos. Seguir a Jesús no puede ser consecuencia de un entusiasmo pasajero, se requiere una decisión franca y una integridad inconmovible.
Por otro lado, el seguimiento de Jesús no consiste exclusivamente en una imitación del Maestro, sino que requiere asumir existencialmente las consecuencias de su vida, las exigencias de su ministerio e incluso la aceptación de su destino. ¿Quién de nosotros está seguro de que su vida ya está firmemente trazada y que nada la va a cambiar? Cuando una persona responde al llamado de Jesús tiene que contar siempre en su vida con un triple sacrificio: Lo primero es el seguimiento personal; lo segundo, los deberes filiales; lo tercero, los sentimientos y vínculos familiares. Esto por muy duro que sea entra siempre en la órbita del seguimiento de Jesús de Nazaret.
Sabemos muy bien que si nos muere nuestro padre vamos a ir a enterrarlo, no nos tenemos que quedar en el sentido literal de la máxima de Jesús como desgraciadamente se hizo a lo largo de muchos años en la vida religiosa. Es la profundidad del sentido de la máxima lo que tiene que penetrar dentro de nosotros. Porque la síntesis final que podemos hacer de estas palabras es que contienen tres advertencias dirigidas a los que queremos identificarnos con la misión que el Padre lo confió: El que quiera ser discípulo debe calcular el riesgo inherente a esa vocación, y de este conflicto entre las diversas lealtades todos tenemos hondas experiencias y ya sabemos por lo que hay que pasar para mantener el arado firme y la vista puesta en el horizonte. Pero tenemos también una certeza, la lucha es fuerte pero merece la pena, Cristo siempre camina a nuestro lado.
Gracias
Gracias
Amén
Gracias, me ha gustado.