El don de recibir

Con el envío de los setenta y dos, el evangelio de Lucas quiere recordarnos que toda misión evangelizadora comienza con la oración, nos convoca a vivir según los valores del Reino, a ser portadores de paz y a hacerlo con el entusiasmo de Jesús. Jesús da a sus discípulos unas recomendaciones para llevar la Buena Noticia a los demás, para comunicar lo que Dios es para todos, sin condiciones ni excepciones. Les recomienda que su vida sea itinerante; que van a tener que afrontar dificultades; que tienen que ir a pecho descubierto, confiando sólo en Dios y en el mensaje; que la tarea a realizar es urgente; que en todo se pongan al nivel del otro; que curen a los enfermos que haya, y no se refiere sólo ni principalmente a las enfermedades físicas. Curar significa alejar del ser humano todo aquello que le impide ser él.

Lo único que un ser humano debe saber es que Dios le ama, por eso, anunciar el Reino que es Dios, es hacer ver a cada ser humano que Dios es alguien cercano, que está tan cerca, que es lo más hondo de su propio ser, que no tiene que ir a buscarlo a ningún sitio raro, ni al templo ni a las religiones ni a las doctrinas ni a los ritos ni al cumplimien­to de la norma. Dios es y está en ti. Descúbrelo y lo tendrás todo.

Les recomienda que el saludo sea: Decid primero: ¡Paz! Para los judíos de aquel tiempo, paz no significaba sólo ausencia de problemas y conflictos, sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su plenitud humana. Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. No ser causa de tensiones ni externas ni internas. Ayudar a los hombres a ser más humanos, empezando en el interior de ellos mismos.

Todas estas recomendaciones de poco valen si uno no ha saboreado que la vida es un regalo que se nos da, como dice Christian Bobin:  Está claro: todo lo que tengo, me lo han dado. Todo lo que puedo tener de vivo, de sencillo, de tranquilo, lo he recibido. No caigo en la insensatez de creer que me lo debían, o que era digno de ello. No, no. Desde siempre todo me ha sido dado, a cada instante, por todos con quienes me encuentro. ¿Todo? Sí. ¿Desde siempre? Sí. ¿A cada instante? Sí. ¿Por todos con quienes me encuentro, sin excepción? Sí. Entonces ¿por qué a veces una sombra, una pesadumbre, una melancolía? Es porque a veces me falta el don de recibir. Es un don verdadero, un don absoluto.

Cuando uno conoce amorosamente la maravilla que es el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, cuando uno cae en la cuenta de que la vida se nos regala, que es valiosa, que tiene sentido, que vale tanto la pena que el mismo Dios la ha hecho suya al encarnarse en Jesús para poder convertirla también en vida divina… entonces todo empieza a cambiar para nosotros y todo lo vemos con una nueva luz. Si caemos en la cuenta de todo esto, seguro que esa conciencia del valor, de la belleza, de la bondad de nuestra vida, suscitará en nosotros el deseo irresistible de comunicar lo que Dios es para todos sin condiciones ni excepciones.

Hay una expresión en el Cántico Espiritual de S. Juan de la Cruz sobre la presencia de Dios en nosotros, verdaderamente bella: Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados. Es una presencia que nos mira permanentemente desde nuestras entrañas, desde lo más íntimo de nosotros mismos. Es Dios volcado hacia nosotros, dirigido a nosotros desde nosotros mismos. El mismo S. Juan de la Cruz dice en algún lugar: El mirar de Dios es amar y hacer mercedes. Dios sólo sabe y puede amar porque Dios es Amor. Y nos hace mercedes porque su amor es eficaz en nosotros. Por eso, dice San Juan de la Cruz que la mirada de Dios provoca en nuestra alma cuatro bienes principales: limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla.

Otra mística, Juliana de Norwich, nos habla así de su experiencia del Amor de Dios: Y cuando hemos caído por fragilidad o ceguera, entonces nuestro comprensivo Señor nos toca, nos conmueve y nos llama…. Y luego El quiere que veamos nuestra ruindad y que la reconozcamos con humildad.
Pero no es su voluntad que nos quedemos ahí, ni quiere que nos ocupemos demasiado en echarnos la culpa, tampoco es su deseo que nos despreciemos, sino que nos volvamos a El con presteza. Rápidamente nos estrecha consigo, pues somos su gozo y su deleite, y El es nuestra salvación y nuestra vida.
Maravilloso y esplendido es el lugar donde mora el Señor, y por eso, es su voluntad que respondamos sin demora a su toque benevolente, regocijándonos más en la plenitud de su amor que lamentándonos de nuestros frecuentes fallos… Comprendí entonces que el Señor nos mira con compasión y no con reproche… Aunque pecamos continuamente, El nos ama sin fin y nos hace ver tan suavemente nuestro pecado que nos arrepentimos de él con sosiego, dirigiéndose nuestra mente a la contemplación de su misericordia, aferrándonos a su amor y su bondad, sabiendo que El es nuestra curación.

Que el amor de Dios, que se da, que acompaña, que echa una mano, que hace ver mejor, con más profundidad, que fortalece y hace crecer por dentro, nos conceda, también, percibir su gracia dentro de la noche. TODO ES GRACIA

8 comentarios en “El don de recibir

  1. Bea dijo:

    Muchísimas gracias por tan bella, natural y sanadora homilía. Y un abrazo para toda la Comunidad por la partida del bueno de Salvador.

  2. Luis Martínez Sánchez dijo:

    Desde el interior, él Hambre de Amor De Dios nos empuja…y, aún así, nunca se sacia. Desear más aún…sentir que el Señor desmadeja nuestros entresijos con Sus Manos, entrelazadas desde el inicio de nuestra existencia… Sabernos creados, sabernos amados, nunca abandonados, siempre con La Mirada Protectora de la Presencia del Amado… No queda otra nada más que seguir a Jesús, esa Entraña Bondadosa que desde la Eternidad nos guía por su Camino…en Verdad y Vida. Peregrinos en estos momentos, andar los caminos de las jornadas impasiblemente llenos de la certeza de convertirnos en instrumentos del Reino De Dios, anunciándolo, defendiéndolo con Alegría…Desde nuestra debilidad, afirmarnos en que La Paz unificada del Corazón es la única manera de desarmar la violencia que genera el ser humano. Luchar por La Paz que da Jesús, el Señor, es la garantía de que la Eternidad está cerca y no se trata de una utopía. Sencillez, humildad, coherencia… son valores necesarios para la plenitud de la Vida.

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