Para San Benito el monje es un discípulo, un buscador, un hombre que camina y corre por los caminos del Evangelio, con el corazón ensanchado. Dilata su vida bajando los peldaños de la humildad que se convierten en laborioso ascenso hacia el amor por el conocimiento de sí mismo, primer paso para conocer a Dios.
Nos sentimos llamados a vivir nuestras relaciones fraternas con el dinamismo del buen celo, con el entusiasmo de ser testigos de lo que hemos visto y oído, del amor que ha sido derramado en nuestros corazones. Pero, ¿por qué nos cuesta tanto vivir, día a día, la tónica y el trasfondo del buen celo del que nos habla la RB 72? Hay demasiado sufrimiento en el mundo, demasiadas vidas rotas, sin sentido, como para añadir aún más penuria. Esta vida se nos da para que la vivamos con intensidad, con una inefable dulzura de amor hacia nuestros hermanos y hacia todos los que se nos acercan. Sin embargo, a menudo tenemos que soportar tensiones por cosas que no son esenciales. Es como si cada de uno de nosotros lleváramos el bien y el mal dentro: una dualidad que nos hace sufrir y que no queremos.
Cuando empiezas a vivir con otras personas, descubres tu propia pobreza y tus debilidades, tu incapacidad para entenderte con alguna, tus bloqueos, tu afectividad perturbada, tus deseos que parecen insaciables, tus frustraciones y celos, tus odios y tus impulsos destructores. Mientras estabas solo, podías hacerte la ilusión de que amabas a todos. Ahora, que vives con otros, te das cuenta de que eres incapaz de amar a fondo.
En la vida de comunidad se da la revelación dolorosa de tus límites y de las tinieblas de tu existencia, el desvelamiento insospechado de los demonios que llevas escondidos dentro de ti. Y esta revelación es difícil de asumir. Instintivamente, buscas disfrazar estos monstruos, volverlos a esconder o creer que no están. Entonces esquivas la vida de comunidad y la relación con los demás. Te buscas mil excusas, o bien pasas a otra etapa que es la de acusar a los demás y perseguir los leones y dragones que ves en ellos. Pero, en cambio, si aceptas que tienes demonios, y dejas que salgan a la luz y aprendes, por la gracia de Dios, a reconciliarte con ellos, entonces comienza el verdadero crecimiento hacia la anchura y la liberación.
La vida de comunidad es muy exigente. Nos pide salir de nosotros constantemente, tomando por guía el evangelio, siguiendo las huellas de Jesús, que pasó y pasa por nosotros, a través de cada rostro, de cada mirada, ofreciendo el amor que el Padre quiere que vivamos en plenitud. Un amor que ilumina y ventila el aire de la vida comunitaria.
Cuando vemos la comunidad desde la perspectiva del amor, entonces se nos convierte en una epifanía visible de la presencia invisible, pero real, del Señor en nuestros hermanos. Queremos amar porque cada uno de nosotros nos sabemos profundamente amados por Jesús. Dios quiere ser amado en el tú concreto de nuestros hermanos, sobre todo, aquellos con los que vivimos, aunque nos cueste reconocerlo en sus rostros y en sus actitudes. En este ejercicio de ver en el hermano el rostro de Dios, aprenderemos a aceptarle en su pobreza radical, soportando con paciencia sus debilidades, tanto físicas como morales, para llegar a sentirlas como propias. Porque Dios también se las ha apropiado y se ha hecho debilidad en nosotros. Si conseguimos vivir en esta dinámica, comprenderemos que el amor es como un fuego devorador, una llamarada divina, como dice el Cantar de los Cantares. Entonces, sí que seremos una comunidad que vive en la alegría pascual, un testimonio vivo del triunfo de la vida sobre la muerte. Una comunidad en la que sabremos curar nuestras heridas y las de los demás, porque Jesús, el Crucificado, carga con nuestra debilidad, sus heridas nos han curado. Éste es nuestro deseo y el mismo deseo de Dios: que vivamos con el corazón dilatado, con un amor ferventísimo. Así, pasaremos de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.
Que María, la Regla de los Monjes, nos enseñe a exclamar cada día, llenos de agradecimiento: Ved qué dulzura qué delicia convivir los hermanos unidos… en la casa de Dios.
GRACIAS por este envío, hermoso y esperanzador, la verdad es que toda comunidad lleva implícita esta lucha, sea en un monasterio o el piso de familia, pero el Espíritu Divino los recorre y nos ayuda para pedir fidelidad contra viento y marea, recuerdo ahora el hermoso texto de la mística Juliana de Norwich que nos enviasteis, creo que fue por el 3 julio, sobre la misericordia de Dios y las caídas, texto para recordar, lleno de esa esperanza que no defrauda.
Gracias
Muchísimas gracias! !
Cuidaros !
El gran desvelamiento es que necesitamos al Otro para crecer en el Espíritu.. ¿y que mejor compañia que la del Amado y amigo reflejado en el rostro de los que nos rodean?
Las dificultades, las resistencias, las alegrias, las amarguras y la gratitud por todo ello son necesarias para hacernos conscientes de que necesitamos al Otro para crecer en el Espíritu y ¿ que mejor compañia y aliento que la del Amado y amigo reflejado en el rostro de todos aquellos que nos rodean ?
Sin palabras
Gracias
Paz
Wow….. lo escribisteis para mi solamente? Dura realidad que necesito saber e implementar diariamente. Gracias. Felicidades en el dia de San Benito.
Edgar Luna, CLC
Saint Joseph’s Abbey
Spencer, USA
Preciosa publicación. Me ha gustado mucho todo lo que se enseña en ella.
Muchas gracias, hermanos por todo lo que compartís con nosotros.
Un saludo.
Gracias. Intensa reflexión sobre nuestro pretendido ser cristiano. Se puede extrapolar a toda nuestra vida cotidiana.
Gracias
Desde el Silencio…a través de las relaciones humanas…pasamos la vida con cierta precariedad, con mucha fragilidad…pendientes de aunar el espíritu dentro del Espíritu. Poco es todo lo que es necesario para seguir a Cristo…poco y mucho. El Evangelio es un arma delicada. Un camino desvelado , en parte, en La Regla de San Benito. Escuchar a Dios…escuchar a Dios y verLo en el rostro del hermano… Dificultades? Muchas. Lo necesario? Negarse a uno mismo. Paciencia extrema con las ambivalencias de los demás. Es muy necesario dejarse impregnar el corazón por la Gracia. Ser inundado dentro del Corazón del Señor. Captar la mansedumbre y humildad de Jesús y hacerlas nuestras. Dejar el orgullo y la soberbia al margen y caminar descendiendo la escalera de la Vida hasta llegar a reconocer el no Ser Nada en la Cima del Monte De Dios. Todos los hombres andamos necesitados de afectos, de ayudas, de corazones hermanados…necesitamos del Otro, de los otros. Todos somos Comunidad. En realidad, el mundo, el universo…es un conglomerado que se hace uniforme…que es Comunión donde El Cristo es rl Centro, donde Jesús es el único Maestro por el Amor. No nos olvidemos de admitir con mucho respeto a todos los seres y personas que son diferentes o que piensan de manera distinta a nosotros. Nos unifica un mismo Origen…el Ser que nos ha dado la diversidad para que todos logremos acercarnos unos a otros. Sea La Paz Universal.