Confianza versus codicia

un agricultor reparte con sus vecinos la abundante cosecha

Jesús nos alerta hoy acerca de la codicia, señalando que no es buena consejera para garantizar una vida segura, plena y feliz. La codicia deriva del miedo básico a no tener. Cuando el sentimiento de carencia es particularmente fuerte, uno puede llegar a obsesionarse con la búsqueda de cosas que ‘necesita’, tratando de obtener posesiones que le hagan eliminar esa dolorosa sensación de vacío que tiene arraigada en el corazón. Pero la abundancia de bienes temporales no da ni garantiza la vida.

Tal vez uno de los términos más utilizados en nuestro tiempo sea el de ‘seguridad’, pues el miedo y la desconfianza se han instalado en el corazón de millones de personas que piensan en el futuro como un reto insuperable. Nos gustaría saber que nuestra salud, nuestra familia, nuestro dinero, incluso nuestros sentimientos van a estar ‘asegurados’ frente a tantos peligros que se ciernen sobre nosotros. Todos queremos estar protegidos, y para ello contratamos seguros que prometen garantizarnos un bienestar más que dudoso. Somos testigos de que, en nombre de la paz y de la seguridad internacional, se han desarrollado sistemas de armamento absolutamente destructores que ponen a la humanidad al borde de la catástrofe.

En nombre de la seguridad interior, muchas personas han caído en dependencias psicológicas o farmacológicas que nunca terminan de resolver nada, pues el miedo sigue reinando en los corazones. Son innumerables los individuos que hoy en día padecen crisis de ansiedad y de angustia sin ningún motivo aparente, pues nuestro estilo de vida nos hace esclavos de unas necesidades ‘innecesarias’ que al faltarnos provocan en nosotros fobias y miedos desconocidos. Todos nos preguntamos en quién podemos depositar nuestra confianza sin saber dar una respuesta adecuada.

No deberíamos tener ninguna vergüenza a la hora de aceptar que es propio del ser humano hallarse débil y dependiente. La primera de las bienaventuranzas consiste en reconocer que somos pobres en el espíritu, es decir, que tenemos carencias y debilidades que puede que nos acompañen siempre. A todos nos gustaría dar ante los demás una imagen de suficiencia y madurez que no se corresponde con nuestra realidad interior, ya que una cosa es lo que somos y otra lo que parecemos.

Nos encantaría tener un control completo de todas las situaciones difíciles que se nos presentan, sin darnos cuenta de que no somos dueños de nuestro futuro y de que hay ciertas realidades que nos superan. El problema real surge cuando no tenemos capacidad de convivir con nuestros miedos y eso hace que crezcan de día en día hasta convertirse en verdaderos tiranos que limitan y dificultan nuestras tareas cotidianas. Pero nuestros miedos nos definen, ya que por medio de ellos conocemos cuáles son las cosas que más tememos perder, y por tanto dónde está puesto nuestro corazón, cuál es el tesoro que más valoramos.

Precisamente porque Dios nos conoce mejor que nosotros mismos, la Sagrada Escritura está llena de invitaciones a superar desde la confianza ese miedo interior. No tengáis miedo, dice constantemente Jesús. La confianza en Dios es el antídoto que Jesús propone a sus discípulos de todos los tiempos, para que no nos dejemos arrastrar por la inseguridad personal ni por el miedo.

Hablar de poner nuestra confianza en Dios puede ser fácil. Lo difícil es comprender en qué consiste exactamente y vivirlo. Puede parecer un contrasentido, pues son los mayores los que dan seguridad a los niños, pero Jesús nos asegura que si no volvemos a ser como niños no podremos alcanzar el reino de los cielos. Es un secreto que tenemos olvidado, pues pensamos que el solo esfuerzo y la superación son el único camino para salir adelante en nuestras limitaciones.

Vivimos en un mundo complicado, y cargamos con el peso de ocupaciones y preocupaciones. Nos gustaría ser más inteligentes, más fuertes, más ricos, más guapos, más agraciados, más espirituales, más esto y lo otro, en todos los ámbitos de la existencia, poco importa. Pero, fácilmente, nos decepcionamos a nosotros mismos. Por eso, es importante crecer en la confianza. Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios (Ignacio de Loyola).

El pueblo de Dios, es un pueblo de gentes humildes y pobres, que sabe que la verdadera fuerza de Dios no solo reside en la fuerza humana y las capacidades físicas, psíquicas e intelectuales, aunque sean necesarias. Es una fuerza que se desarrolla en la debilidad del hombre, como dijo san Pablo (Rm 8, 26), y creo que hoy Jesús nos invita a dejarnos visitar en nuestra humildad, en nuestras miserias y debilidades para recibir una fuerza nueva: la de la confianza y la fe.

4 comentarios en “Confianza versus codicia

  1. Beatriz dijo:

    Muchísimas gracias!!
    “ Es un secreto que tenemos olvidado “, si, se nos olvida que Dios es amor (1Jn 4,16 ). Confiamos en Dios en la medida que correspondemos a ese Amor ¿ cómo vamos a confiar nuestra vida a alguien que no amamos? .
    Es muy hermosa y da mucha paz esta palabra “ porque Dios nos conoce mejor que nosotros mismos “.

  2. Raúl Roberto dijo:

    Me encanta esta entrada sobre la confianza y me ha dado mucho que pensar pues a mí me falta mucha confianza pues estoy lleno de temores e inseguridades que me cuestan soportar.. Necesito orar con más insistencia pidiéndole al Señor el don de la fe para que El cure mis miedos.
    Gracias, hermanos por vuestras publicaciones que tanto bien hacen.

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