San Bernardo fue un enamorado de la humanidad de Cristo y aprendió así a amar su propia humanidad. Escribe: si el que no era miserable se hizo miseria para experimentar lo que ya previamente sabía, ¿cuánto más debes tú, no digo hacerte lo que no eres, sino reflexionar sobre lo que eres, porque eres miserable? La verdad hemos de buscarla antes en nosotros que en el prójimo. Bernardo, percibe la humildad en la humanidad de Cristo, y por eso llega a decir que el conocimiento de Dios sin el de la propia miseria engendra orgullo, y el conocimiento de la propia miseria sin el de Dios causa desesperación; el justo medio es Jesucristo, porque en él encontramos a Dios y nuestra propia miseria.
San Bernardo, para explicar el porqué de la Encarnación, dice que el Verbo se hace carne, se hace de carne, para abrirse una vía de acceso a nosotros a través de nuestra sensibilidad, de nuestros sentidos carnales o físicos. Y además le parece que la Encarnación fue la mejor manera de atraer al hombre -alejado de él y convertido en su enemigo- respetando al máximo su libre albedrío; se dirige a su misma libertad y a su poder de elegir y amar. Dice así: cuando quiso recuperar a la noble criatura humana, Dios se dijo a sí mismo: si le fuerzo a pesar suyo, lo que tendría sería un asno, no un hombre… le he amenazado con penas terribles… en vano… Le he ofrecido la felicidad eterna… lo que ni ojo vio ni oído oyó, lo que el corazón humano no pudo ni concebir ni desear… sin ningún resultado. Una sola esperanza me queda. El ser humano no es únicamente temeroso y egoísta; sobre todo es capaz de amar, y es el amor lo que constituye la fuerza más poderosa para atraerlo. Dios vino, pues, en nuestra carne mostrándose así infinitamente amable, dando prueba de la mayor caridad al ofrecer su vida por nosotros (Var 29,2-3).
Este amor carnal a Cristo –el amor del corazón– se alimenta sobre todo de la consideración de los misterios de la vida de Jesús, de su Encarnación y su Pasión. A los caballeros de la Orden del Temple les aconsejará que cuando estén en Belén, mediten en el significado del pesebre, del buey, del asno y del heno. Escribe Bernardo: siempre que el hombre ora tiene ante sí la imagen del Hombre Dios que nace y crece, predica y muere, resucita y asciende; todo cuanto le ocurre impulsa necesariamente su espíritu al amor de las virtudes o lo arranca de los vicios sensuales, ahuyenta los hechizos y serena los deseos (Cant 20,4).
Pero a diferencia del amor del corazón que se conmueve por el recuerdo de la Encarnación y de la Pasión, hay otro amor que es el amor espiritual, que no tiene con el anterior más que una diferencia de plenitud. Sobre dicho amor, nos dice San Bernardo: este amor arde siempre por el celo de la justicia, emula en toda ocasión lo verdadero, siente ansias por alcanzar la sabiduría, ama la santidad de vida y la moral de sus costumbres, se avergüenza de toda jactancia, aborrece la detracción, desconoce la envidia, detesta la soberbia, no sólo huye de toda gloria humana, sino que le fastidia y la desprecia, abomina extremosamente y persigue en sí mismo toda impureza de la carne y del corazón, deshecha con toda naturalidad todo mal y se adhiere a todo lo que es bueno (Cant VI,8)… Creo que merece ser llamado así porque goza de esta prerrogativa que es su característica: la plenitud del Espíritu (Cant VI,9).
Pero, no se debería extremar demasiado la contraposición entre el amor del corazón y el amor espiritual. El hombre es un ser terrible e increíblemente necesitado de afecto y gratificación y nada más que eso. Cualquier psicólogo sabe muy bien cómo la falta de esos ingredientes, durante los momentos en que el hombre cuaja como hombre, supone sin más su frustración, con frecuencia, definitiva, como tal ser humano. El hecho de que el amor del corazón deba trascenderse no significa que deba abandonarse. Un amor que sólo tuviera como apoyo una meditación exclusivamente espiritual, iría contra la naturaleza corporal y espiritual del hombre en esta vida, que no podría sostener tal tensión, y si pretendiera mantenerse mediante su esfuerzo en esa cima, vería entibiarse y languidecer su amor a Dios.
Por eso, el recuerdo de la Encarnación y la Pasión, añade Bernardo, son las manzanas y las flores que la esposa pide para alimentarse y fortificarse. Pienso que ella teme que se enfríe y languidezca fácilmente el ímpetu de su amor si no la reaniman con estos estímulos, testimonios sensibles de amor (AmD III,10) Por eso, el Verbo ofreció su carne a los que gustan de la carne, para que aprendieran a gustar el espíritu (Idem 6,3).
Dejar de reconocer la tremenda pobreza propia puede ser no un signo de amor espiritual, sino de orgullo. Por otro lado, en nuestra existencia humana se dan ambas realidades como mezcladas, no siempre como totalmente opuestas: un amor del corazón bien llevado puede llegar a convertirse en auténtico amor espiritual, en verdadera ternura; mientras que un presunto amor espiritual puede degradarse en un amor del corazón, orgulloso y sutilmente camuflado.
Que Santa María la Virgen, de quien Bernardo fue pregonero admirable, nos enseñe a amar la humanidad de Cristo, en esta Escuela de la Caridad que es nuestra comunidad.
Bonita homilía.
Feliz día para toda la comunidad.
Gracias
Que la humildad de María sea nuestro modelo. Feliz día para toda la QUERIDA COMUNIDAD.
Bea.