El último puesto es el ocupado por Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte. Nace fuera de la ciudad santa de Jerusalén; y, en Belén, no habiendo sitio en la posada, irá a nacer en una cuadra de animales, cerca de unos pobres pastores. Ya en su nacimiento está inscrita la búsqueda de los últimos.
Constantemente, a lo largo de su vida, Jesús rompe fronteras para estar con los últimos. Las fronteras impuestas por la pureza ritual, por la concepción del pecado y de la enfermedad, por la nacionalidad o por el género. En la vida de Jesús hay un evidente carácter marginal, desde su nacimiento hasta su muerte.
En la cruz – la muerte ignominiosa reservada a los últimos de los últimos -, asistimos a un impresionante diálogo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey». Y Jesús le contesta: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,42-43). Cuenta el texto que esta petición la hace uno de los malhechores crucificados al lado de Jesús. Ahí está Jesús, al lado de quien nadie quiere estar, en la vida y en la muerte.
No fuera su puesto el último y en el banquete del Reino no tendrían lugar los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos, aquellos que nada tienen con qué pagar o retribuir. El último puesto, Jesús lo descubre en obediencia al Padre, como el propio suyo, como el lugar de su verdad y, por lo tanto, de su libertad. En Jesús, Dios ocupa el último puesto porque «el pobre clamó y el Señor lo escuchó». La vida del pobre es el telón de fondo de la Revelación, ayer y hoy. El gran misterio de Dios no es que Él habite la luz inaccesible, sino que penetre tan bajo hasta donde el ser humano no tiene otra compañía que las tinieblas. Donde está un ser humano ahí está Dios, aunque sea en lo más tenebroso de los abismos.
En el evangelio hay un personaje muy querido para los monjes: el publicano de la parábola (Lc 18,9-14). Va al templo para orar, pero se mantiene a distancia, tal vez al fondo del templo. Este hombre es consciente de la distancia en la que vive y no la oculta, sino que la manifiesta incluso con la actitud de su propio cuerpo, pues no se atreve a levantar los ojos al cielo y se da golpes de pecho al tiempo que reza. Habita en su verdad. Experimenta, aunque con dolor, la gracia de estar en contacto con su propia pobreza. Está desnudo ante Dios; no tiene nada que ofrecer, nada que lo justifique. Es consciente de que su liberación depende de un don, del que no se siente merecedor y, por eso mismo, suplica. A diferencia del fariseo, el publicano no ocupa el centro, sino que se mantiene a distancia; todo lo espera de Dios y por eso le deja espacio. Cuando nos situamos así en la vida, creamos espacios de encuentro; asumiendo nuestra propia miseria y pobreza, asumimos al mismo tiempo la miseria y pobreza de los demás. Desde el último puesto descubrimos una multitud de hermanos.
Cuando la verdad del yo se decanta en el despojo de las máscaras, el amor y la oración brotan de un golpe como de una fuente. La libertad de ser lo que efectivamente somos no tiene precio; es el bien más grande. Se abre camino hacia una gran confianza en la vida, que ya no depende para nada de lo que uno puede, posee o sabe. Sin embargo, la libertad nunca es un logro; nos pide emprender cada día la peregrinación al proprio corazón, donde se recibe como un don.
Nuestro puesto es el último, a ras de tierra, y lo descubrimos en la vida con alegría, con asombro, como una vuelta al propio hogar. En el último puesto Dios nos espera para el banquete del Reino, aquí y ahora.
Gracias
Cuando la verdad del yo se decanta en el despojo de las máscaras, el amor y la oración brotan de un golpe, como de una fuente….QUÉ NECESARIO Y TRANQUILIZADOR RESULTA. GRACIAS.
Gracias…..ojalá sepamos romper fronteras para estar con los últimos
Grazas
¡Qué alegría ser menos que ná…! y recibir esta verdad como el «nombre nuevo», escrito en esa piedrecita blanca que solo conoce el que la recibe, después de este verano tan raro, caluroso e incendiario, recibir el mensaje del monasterio, es refrescante, no sabía si los incendios os atacaron como al Monasterio de Silos o al Carmelo en Batuecas de las Hurdes, pero sí que os tuve muy, muy presente en mi oración… apagafuegos en cierta manera. Un fuerte abrazo fraterno retomando el contacto.
“En el último puesto “ : “ El camino, Señor , es ser el último, el enfermo, el pobre Oblato trapense que a veces sufre junto a tu Cruz…… ” Vida y escritos de Fray María Rafaél.
A San Rafaél, que él sí que fue el último y se le siente vivo, interceda por las que aún no hemos alcanzado la cima de la humildad y nos dé un corazón humilde y alegre como era el suyo.
Gracias 🙏🏽
Verdad y sencillez , para no saltar por los aires, mientras caminamos por el único camino: desear e intentar ser quienes de verdad somos, en nuestra profundidad. De alguna forma, la «perfecta alegría» y la libertad nos acompañarán, aún en la «noche».
Me gusta mucho el comentario. Graciñas siempre.