Siempre que leemos un texto evangélico nos encontramos con diversas líneas de interpretación que son las que nos ayudan a vivirlas en nuestras vidas como cristianos. Son las que nos enseñan a tener las mismas actitudes de Jesús de Nazaret.
El tema que nos plantea el evangelio de este domingo va más allá del agradecimiento o a su contrario, la ingratitud. Los nueve leprosos, que no volvieron para agradecer a Jesús la curación de su enfermedad y de la consiguiente humillación que representaba la impureza legal, fueron unos ingratos. Y esto es lo que llama la atención, los hombres de Israel, los hombres de la Ley están tan preocupados por presentarse a los sacerdotes que en su corazón se olvidan de dar gracias por su sanación a quien les devolvió la salud. Al contrario, el samaritano, el que está fuera de la Ley, el herético, el despreciable enemigo, fue el que regresó a Jesús a expresarle sus sentimientos humanos de natural agradecimiento. Por eso el samaritano es la imagen del agradecimiento humano y laico, sin el peso en su conciencia de una religión que le exige ritos de purificación. Y es curioso constatar que, antes de su sanación, los diez leprosos vivían juntos compartiendo su desgracia. Una vez curados la religión los separa, y una religión que separa nunca puede ser lugar de encuentro ni de la bondad y amor de Dios.
Aquí está claro el mensaje de Lucas: Muchas veces, más de las que no gustaría, la religión fielmente observada endurece el corazón y deshumaniza a las personas. Los observantes religiosos pueden perder el sentido elemental de la gratuidad. Para este tipo de creyentes, todo está contado, pesado, medido, viven encorsetados, sin libertad interior. Para el samaritano, o para el no creyente, o para el agnóstico, que no viven oprimidos por ninguna ley religiosa, hay espacio en su vida para la admiración del milagro de la sanación, de la gratuidad que recibe y sabe dar gracias, sabe saltar de alegría y lanzar gritos de júbilo al verse libre de su lepra. Y tenemos que caer en la cuenta de que esa lepra que Jesús cura es una metáfora de las múltiples lepras que se pueden apoderar de nuestras vidas. Y, como dice J. Mª Castillo: «Ocurre que, en los ambientes religiosos, sobran observancias y falta humanidad». Y tenemos que aprender que Jesús quiere humanidad, antes que el sentimiento de verse en paz con Dios porque se ha cumplido la Ley.
En todos los Evangelios, Jesús nos enseña a leer los gestos humanos. Sabe agradecer al Padre que los pobres y sencillos acojan sus palabras y nos muestra la dureza de corazón de los fieles observantes de la Ley en muchas ocasiones en las que, precisamente pone en una balanza la observancia de la Ley o la sanación de un ser humano, en la que podemos destacar la curación del hombre de la mano paralizada. Marcos es incisivo en este pasaje del capítulo tercero de su Evangelio. Jesús pregunta ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien, o hacer el mal; salvar una vida o destruirla? Y ante el silencio obstinado, nos dice Marcos, que los mira con ira apenado por la dureza de su corazón. Y, en este pasaje de los diez leprosos, Jesús constata con cierto estupor que solo uno de los diez, y además un samaritano, vuelve para dar gloria a Dios. Jesús sabe interpretar el acontecimiento que tiene lugar ante sus ojos, aquel hombre no solo fue curado de su lepra, su curación fue integral, exterior e interior. Por eso da gloria a Dios, es un hombre nuevo y su acción de gracias es la de un corazón desbordante de agradecimiento. A la gratuidad del obrar de Dios con respecto al hombre, corresponde el reconocimiento del don de la gratitud de quien sabe que todo es gracia y que el amor del Señor precede, acompaña y sigue su vida.
Tenemos que aprender a ser agradecidos. Nuestro examen de conciencia no se tiene que centrar en cuántas veces hemos ofendido a Dios, sino en cuántas veces no le dimos gracias por el amor y los dones recibidos. Es frecuente que muchos creyentes no sepan vivir de manera agradecida. Se acuerdan de Dios para expresarle sus quejas o pedir auxilio en los momentos de necesidad. Nunca nace en ellos el agradecimiento o la alabanza por lo bueno que hay en sus vidas. Pero el creyente que vive su vida como don y como gracia de parte de Dios, que es fuente y origen último de todo bien, sabe dar gracias por todo el bien recibido y sabe encauzar los sinsabores, pecados o fracasos en su vida como camino de superación, contando siempre con la ayuda de Dios. El creyente de corazón agradecido sabe que la existencia es un regalo que tenemos que acoger cada día con una actitud de alabanza.
“Se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los ingenuos»” (Lc 10, 212). Esto es saber vivir en actitud orante y de acción de gracias. Dichosos nosotros si vivimos así.
Me ha gustado mucho y estoy de acuerdo con todo pero el párrafo al final es magnífico y con el texto del evangelio ¡completo mensaje!, gracias. Sois, verdaderamente, monjes para un futuro… gracias al Espíritu que nos regala con vosotros.
Gracias
Por la melodía y por todo lo expuesto, decimos : “ Por eso, Dios nuestro, nosotros te damos gracias, alabando tu nombre glorioso. 1 Cro 29,13.
¡ Gracias de todo corazón !