Hoy se empieza a oír esa voz potente del Bautista, hombre enloquecido por Dios que grita en el Desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad los senderos”. Esto tiene un profundo sentido que no es por supuesto geológico. Se trata de allanar nuestro interior hacerlo llano, suave y fresco para recibir a ese Hijo de Dios a punto de nacer. Isaías nos llamará a la esperanza y el Bautista a la conversión.
Este domingo II de Adviento nos muestra el reino ideal de Cristo. No es soñando como lo construiremos, sino en las acciones de todos los días, en la práctica realista de la caridad y la justicia; virtudes que nos harán verdaderos hombres en el sentido cristiano de la palabra, es decir, en una madurez corporal, mental, psicológica y espiritual. En la preciosa oración de entrada pedíamos al Señor que la preocupación por nuestras tareas cotidianas no impidiera nuestro camino al encuentro del Señor, sino que despertara nuestro corazón y lo preparara a acogerlo y hacerlo entrar en nuestra propia vida, no solo en la externa, sino en la interior del pensamiento, los afectos, los pecados, las emociones, los amores, las soledades, las nostalgias por el paso del tiempo. Adviento, tiempo de espera, de esperanza, de ilusión, de preparación, ha de rellenarse con ese deseo del que decíamos: la presencia de Dios en eso que constituye nuestra vida.
Los textos de Isaías nos dicen que la reconciliación entre los hombres, llevada a cabo por el Mesías, no se hará -como tan a menudo- sobre las espaldas de los pequeños. Se anuncia un rey salvador de la descendencia de David, pero que aparece con unas cualidades precisas e inusuales: No brillará por su hábil diplomacia ni por el arte de manejar a los poderosos, sino que estará lleno del Espíritu de Dios para hacer reinar la justicia a favor de los oprimidos. En su reino nada de voluntad de poder, de violencia, de injusticia, sino que se conocerá una intimidad tal con el Señor que llevará a la reconciliación del mundo.
¿Este amor por los pobres, esta predilección por los pequeños, no son el signo que las gentes y los pueblos y las naciones esperan de la Iglesia para reconocer el Cristo, al que viene a culminar sus aspiraciones? ¿Y que es la Iglesia, sino el conjunto de todos nosotros?
Se nos llama a discernir, lo repite la primera lectura, en nuestras vidas el lugar que ocupa el Espíritu de Cristo y que lugar en nuestra oración para discernir lo que Dios quiere de nosotros. Discernir también nuestro amor por la justicia y el amor a los oprimidos, para darnos la fuerza con la que combatir el mal. S. Pablo nos pide ser acogedores, es decir hacernos todo para todos.
Ser cristiano no es otra cosa que, no solo creer en la Palabra de Jesús, sino, y lo que es más importante, reproducir su amor y su misericordia y hacernos, cada uno, otro Cristo.
¿Está nuestro corazón abierto a todos, sin distinción de mentalidad, raza o clase social, e incluso de religión? Acoger es esperar que el otro se abrirá a su vez. Quizá pequemos contra la esperanza clasificando a las personas: las abiertas a abrirse a la gracia y a aquellas de las que nada se pueda esperar ya.
El evangelio a su vez nos invita con el lenguaje violento de Juan el Bautista a recibir seriamente la gracia de este tiempo de adviento, casi recién empezado. En este relato que hemos escuchado, importa más su mensaje que el bautismo que propone. Nos recuerda con insistencia la necesidad de “Producir fruto”.
La Palabra de Dios, al ser escuchada, ha de producir fruto, por encima de todo. Ha de llevar a una transformación de nuestro corazón endurecido. ¿Qué podemos decir a este respecto? Se trata de un trabajo que ha de durar toda nuestra vida. Y por supuesto que esto es un ejemplo para todos los que nos rodean y su fe está debilitada. Esto que digo está incluido en el cumplimiento de transmitir el mensaje de Cristo, de amor y misericordia.
El Papa Francisco escribía:
“¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta? Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes”. Es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia, a saber: Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: “una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta”. No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: “una Iglesia que se encierra en el pasado, traiciona su propia identidad”. Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar “un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no haya nada”. “Buscar una Iglesia pobre y de los pobres”. Anclar nuestra vida en la esperanza, no “en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.
Preparemos el camino del Señor, un camino del centro de nuestra vida al corazón de Jesús, y de allí al corazón de la humanidad, al corazón de los que nos rodean.
Efectivamente, nada de formalismos recalcitrantes…, más bien como decía López de Ayala “ El poder es bien tenido, cuando es el poderoso, más amado que temido”.
Jesús es muy bueno y con su venida se ha puesto a disposición del que lo quiera acoger .La venida de Jesús tiene consecuencias para toda la humanidad.
Muchísimas gracias! .
Gracias
Gracias
Moitas grazas.
Muchas gracias