Hace ya mucho tiempo, desde Oriente, siguiendo una estrella, vinieron unos Magos a Belén para adorar al recién nacido, Rey de los Judíos. El texto evangélico que se nos ha proclamado, está nutrido de material simbólico, que pretende presentar al Niño de Belén, como el Mesías, hijo de David, cuyo nacimiento marca un hito decisivo en la historia. Jesús será el ‘nuevo Moisés’ que, trascendiendo incluso los límites del pueblo judío, será reconocido y adorado por todas las naciones.
Nos encontramos con el mito arcaico de los buscadores de Dios a quienes les es manifestado lo divino. En el Evangelio se les manifiesta a los Magos. Hoy se nos manifiesta a nosotros. Somos nosotros los astrónomos que han seguido la luz en el cielo. La Epifanía tiene lugar hoy en nosotros. La vida divina quiere manifestarse en nosotros. El mito de los sabios caracteriza nuestra vida aquí y ahora. Venimos andando desde muy lejos, desde la oscuridad que emana de la vida cuando el centro es uno mismo. Desde esta oscuridad, el escenario de la vida presenta un aspecto irredento, irremediablemente desesperanzador.
Como los Magos, también nosotros nos dirigimos primeramente a Herodes y a los palacios de nuestra sociedad del bienestar hasta que nos damos cuenta de que allí no encontraremos lo que vamos buscando. Lo divino, se manifiesta en las cosas y en los acontecimientos sencillos de la vida, en el establo, en los pastores, en el aquí y ahora de la vida cotidiana, igual que se les manifestó a los Magos en el niño del establo. Pero, si somos agraciados, aunque tenga que pasar mucho tiempo -porque ‘nunca es tarde si la dicha es buena’- caeremos en la cuenta de que lo divino está en cada flor, en cada piedra, en todas y cada una de las personas. Cuando nuestros ojos se hayan vuelto clarividentes lo reconoceremos en todo y percibiremos, llenos de asombro, que nada existe que no sea manifestación del Amor de Dios, que no acontece nada fuera de la Gracia envolvente de Dios, que no hay nada que no sea vestigio de su Epifanía.
En otras palabras, Dios se manifiesta en cada organismo, en las partículas subatómicas de la materia, en cada ser, en todas y cada una de las interacciones que conforman nuestra historia. Reluce para nosotros en cada ser humano cuando es rasgado el velo que oculta nuestro ojo interior.
Lo importante en la religión no son las obras y la moral, sino la espiritualidad, es decir, el ser. Se trata de la experiencia de lo divino, de la aventura de lo divino en nosotros y en todo, que es motivo de alegría y serenidad en medio de todas las turbulencias de nuestra vida. El camino de la espiritualidad se transita, con los ojos abiertos, desde la interioridad, para adquirir la maestría de la honradez con la Realidad. Suele ser un proceso largo y doloroso, que desemboca en un cambio radical de nuestra visión del mundo.
El firmamento de nuestra propia vida está poblado de estrellas que nos señalan siempre el camino que lleva a Dios. Alguna vez en la vida, todos tenemos la posibilidad y se nos ofrece la oportunidad, de abrir los ojos, de contemplar el resplandor de esas estrellas que colonizan nuestro mundo personal y que no tienen otra finalidad que guiarnos al conocimiento de la verdad. Allí es desvelado su origen, su razón de ser, la fuente misma de donde brotan: el Amor de Dios hecho cercanía y donación incondicional, presente en todo y en todas las cosas.
Y se nos revela que todo colabora para el bien, que lo que estamos haciendo aquí, en esta vida, no es ningún capricho superfluo, sino la travesía hacia la plenitud de nuestra condición de seres humanos. Se trata de volverse más divinos, es decir, más humanos. Es el milagro de la realización de Su Epifanía en nosotros y en todo.
Que la presencia humilde y maternal de María, la Estrella del mar, sea una invitación a mirar más allá de nuestro propias verdades y a entrar en comunión con los hombres y mujeres, que, como nosotros, intentan cada día otear el horizonte para descubrir la luz de alguna nueva estrella que nos estimule a seguir transitando la senda de la existencia, cautivados por el Dios-con-nosotros que se nos ha manifestado y que está presente en el corazón de la vida hasta el fin de los tiempos.
Gracias
Estoy muy agradecido con vosotros por vuestras enseñanzas sobre la búsqueda de Dios. Me son muy útiles estás publicaciones. Muchas gracias por todo. Saludos cordiales.
Gracias!
“ presente en todo y en todas las cosas “ .
“ No estoy yo sólo; me acompaña, en vela, la pura eternidad de cuanto amo. Vivimos junto a Dios eternamente “. Himno.
Graciñas
Muchas gracias. Es un regalo.