La sal de la tierra y la luz del mundo

Fotografía de Filipe Condado

Los textos de hoy como los del domingo pasado, nos llevan por el camino de la pobreza. La preferencia que Dios da a los pobres, los humildes y a los que sufren, debe traducirse para nosotros en compartir con ellos nuestros bienes temporales y espirituales.

Isaías, nos dice hoy que:” Si sabes compartir y si combates las injusticias, tu noche será como la luz del mediodía”. Esa había sido la promesa del Señor para con su pueblo. Pero vuelto éste del exilio se dio cuenta de que esto no era así. El pueblo tuvo la impresión de estar implorando en vano en la noche. La razón profunda estaba en que no supo compartir, ni luchar contra las injusticias y la explotación de los débiles. Así, Dios que estaba de parte del pobre se desentiende de su pueblo.

Esta palabra antigua, tiene una espectacular actualidad y realmente la ha tenido siempre. Es siempre el pobre el que pierde, en los bombardeos, en los problemas y desajustes económicos, en los desarreglos atmosféricos, en la fe y la esperanza ante los oídos sordos de los gobiernos ricos y de las gentes ricas que no comparten. 35.000 niños mueren de hambre cada día y otros tantos de adultos desnutridos (cifras oficiales de hace algún tiempo). Hay organizaciones internacionales y ONG numerosas, campañas contra el hambre, se crean medidas sociales y políticas, pero lo triste es que faltan personas capaces de sanear esta sociedad.

Es obligado hacer un examen de conciencia y ver qué lugar ocupa el compartir en la lucha no ya solo económica sino tambien en la lucha contra la injusticia, en el compartir de nuestra fe entre cristianos. Tenemos muchas evasiones en nuestras vidas: Evasiones ante el pobre, ante los problemas de nuestros hijos, ante la exigencia de un amor verdadero y leal entre los esposos, evasiones ante el mismo Cristo, quien con un amor loco que se deja crucificar por la salvación del mundo. Quiero decir que si en nosotros no existe esa fuerza suprema que viene de Dios, nuestra actitud individual no nos llevará a amar a nuestros semejantes como Dios los ama y muy especialmente a aquellos por los que se hizo hombre y vino a salvar: Y aquí cito a nuestro S. Juan de la Cruz, siglos atrás: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración. De lo contrario todo es martillear y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño».

Jesús nos recuerda hoy que “Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo”, conclusión de las Bienaventuranzas. Si se viven serán sal y luz para el mundo y si no, pierden su razón de ser. Nuestra luz personal y la de la Iglesia, en su conjunto, debe brillar hacia fuera como una ciudad sobre una montaña o un lampara sobre una repisa. No se puede ser cristiano a medias, como no se puede ser hijo a medias. O se es o no se es. En cuanto dejamos de ser fermento, pregunta y reto para los que nos rodean, nuestra vida pierde sentido. Si esto no es así, no seremos y no será la Iglesia capaz de conducir a los hombres a Dios como su Padre Misericordioso.

Hay, hoy día, muchísima gente que ha perdido el gusto por la vida y no encuentra sentido a su existencia, especialmente en el mundo desarrollado, y seguro, también, entre nuestros vecinos. ¿Qué mayor donación para el que sufre a nuestro lado que llevarle a Cristo después de haber compartido lo material? Eso es ser sal y luz.

El Papa Francisco ha visto una Iglesia aislada y cerrada en sí misma, paralizada por los miedos y alejada de los problemas de la gente, perdiendo su capacidad de ser sal y de ofrecer y vivir la luz del Evangelio. Invita a salir a las periferias y el personalmente lo ha hecho y hace así. Dice textualmente: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Lo que necesita hoy la Iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones.”

Pidamos al Señor ser capaces de poner en práctica la Palabra escuchada. No vivamos un cristianismo light, esterilizado, sin compromiso para con el prójimo, no como una doctrina sino como una vida, como un compromiso adquirido en nuestro bautismo. Somos combatientes de primera línea, no lisiados ni desertores. ¿Qué no podríamos hacer unos 1.345 millones de personas católicas si realmente viviéramos seriamente nuestro compromiso con Dios y la humanidad? ¿Y los 2.400 millones de cristianos?

Que El Señor nos de sabiduría humana y divina para elegir y vivir siempre lo que Dios quiere de nosotros. La sal hace su labor, pero no se ve ni tampoco la luz que ilumina las oscuridades.

6 comentarios en “La sal de la tierra y la luz del mundo

  1. Pedro Garciarias dijo:

    Escuchando las Lecturas de hoy sentía impaciencia por escribiros y deciros que vosotros sois el vivo retrato de lo leído, ¡ LUZ sobre un monte…sal que impide la corrupción!, benditos seáis todos. Un fuerte abrazo fraterno y feliz domingo. El comentario muy jugoso.

  2. Francisco dijo:

    Qué importante ser luz y sal para iluminar tantas vidas, que como decís, han perdido el gusto. Ser luz, faros en esta modernidad presa de la «dictadura del relativismo». Amemos. Rezad por nosotros queridos hermanos. Feliz semana.

  3. Beatriz dijo:

    “ organizaciones internacionales y ONG numerosas “ , pues eso es, que no damos un paso sin tener seguridad jurídica, buscamos primero la garantía que da el derecho y … ¡¡¡ aleeeee !!! …. nos invade una proliferación de leyes, en lugar de sanar la herida primero y luego buscar el sistema normativo.
    Gracias.

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