Jesús, un hombre bueno, el inocente condenado injustamente, padece lo que de irracional y disparatado tiene la condición humana: la masacre cotidiana del amor, la voluntad de poder y de poseer, a los verdugos y a las víctimas, a los desesperados y a los que reducen a los demás a la desesperación. En Getsemaní, Dios sufre encarnizadamente todo lo absurdo de nuestra barbarie.
El eje estructurador de las sociedades mundiales y de nuestro tipo de civilización, es la voluntad de poder como dominación. No hay declaraciones sobre la unidad de la especie humana y de la fraternidad universal, que consigan imponer límites a la voracidad del poder. Así lo entendió ya el filósofo inglés Thomas Hobbes en los comienzos del s. XVII: señalo, dice, como tendencia general de todos los hombres, un perpetuo e inquieto deseo de poder y más poder, que sólo cesa con la muerte; la razón de esto radica en el hecho de que no se puede garantizar el poder si no es buscando todavía más poder… el hombre es lobo para el hombre.
Jesús fue víctima de ese poder y fue asesinado judicialmente en la cruz. Nuestra cultura moderna se ha apoderado de la muerte, al presentarse como una máquina de exterminio creada para eliminar la vida en la Tierra y a sí misma. Nuestras sociedades se estructuran alrededor de la voluntad de poder y de dominio de todo lo que se presente: el otro, los pueblos, la naturaleza y la propia vida. Así se introduce la gran división entre aquellos que tienen poder y aquellos que no tienen poder.
C. G. Jung había observado que la voluntad de poder es el más peligroso arquetipo del ser humano, pues le da la ilusión de ser como Dios, disponiendo como quiere de la vida y la muerte de los demás. Donde predomina el poder ahí no hay ya ternura ni amor. Cuando se vuelve absoluto, el poder se muestra asesino y elimina a todos los que hacen oír otra voz. Mientras el poder prevalezca como eje estructurador de todo, jamás habrá fraternidad entre los humanos y con la creación.
Como este arquetipo es humano, está latente dentro de cada uno de nosotros. En nosotros se esconde un Hitler y un Stalin. En algún momento de nuestra vida, todos podemos sentir, dentro, el despertar de la bestia con su sed de venganza. ¿Quién iba a decir que, en un país de la vieja cristiandad, como Alemania, que nos dio tantos genios como Durero, Bach, Beethoven, Goethe y tantos otros, pudiera irrumpir el absurdo de la barbarie?
¿Cómo controlar el demonio del poder que nos habita? ¿Dónde encontrar el remedio? Tenemos que poner bajo serio control esa figura funesta, siniestra y necrófila que mora en nosotros, si queremos mantener a salvo nuestra humanidad y posibilitar la fraternidad universal. Si nos entregamos a la seducción del poder, rompemos los lazos que nos unen y, la indiferencia, el odio y la barbarie pueden ocupar todo el espacio de la conciencia, como está ocurriendo actualmente en tantos países del mundo.
Jesús con su vida, pasión y muerte, nos ha abierto un camino: la humildad radical y la total sencillez. La humildad implica ponerse junto al humus, en la tierra, donde todos nos encontramos y nos hacemos hermanos y hermanas porque todos venimos del mismo humus. El sendero para ello consiste en bajar del pedestal en el que nos colocamos como amos y señores de la naturaleza y realizar un despojamiento radical de todo título de superioridad. Consiste en hacerse realmente pobre, en el sentido de quitar todo lo que se interpone entre el otro y yo. Ahí se esconden los intereses y cuando los intereses prevalecen, se convierten en trabas para el encuentro con el otro cara a cara, para mirarnos a los ojos, para permanecer con las manos abiertas, para el abrazo fraterno entre hermanos y hermanas, por distintos que sean.
La pobreza, la austeridad, el situarse desde abajo, no es ningún ascetismo. Es el modo de estar juntos sobre el mismo humus, sobre la hermana y madre Tierra, que nos hace descubrir la fraternidad. Se trata de una nueva presencia en el mundo y en la sociedad, no como quien se cree la cumbre de la creación y está por encima de todos, sino como quien encuentra su dignidad y su alegría de ser al lado de los demás, situados en el mismo humus terrenal donde están nuestros orígenes comunes y sobre el cual convivimos.
Muy buena, la homilía.
Ser tierra, con todos los habitantes de la Tierra.
Gracias.
Gracias!!!
Cuando los intereses prevalecen es difícil que se dé el encuentro, y qué pocas veces se da por las trabas que ponemos…. ahondar en nuestros corazones nos debería ayudar esta semana que hemos comenzado hoy….. que acertemos en el vivirla.
Me ha venido bien esta ducha fría de realidad.
Abrazos .
Gracias!
Gracias
Gracias. Tuve la suerte de poder asistir a ese concierto, en directo.