Solo cuando el hombre se ha entendido a sí mismo en profundidad y contempla el discurrir de su camino, solo entonces su vida tiene paz y sentido (Søren Kierkegaard)
Jesús desvela la sabiduría escondida de las Escrituras a los discípulos de Emaús, su comprensión es trascendida llevándolos de regreso al corazón, al conocimiento de la verdad, allí donde pueden tropezarse con Dios. El corazón está hecho para la Palabra y la Palabra para el corazón. Dios nos atrae hacia sí para hablarnos al corazón y colmarnos abundantemente, transformando los abismos angustiados de nuestro interior en valles y puertas de esperanza. El corazón es el santuario de Dios.
La puerta de Dios está abierta, pero el dintel es muy bajo. Para entrar uno tiene que inclinarse (Ramana Maharshi)
En el corazón su Palabra nos humilla, porque puede estar endurecido, enfermo de esclerosis, puede ser inestable, inconstante, olvidadizo, propenso a tergiversar el sentido de la Palabra, pero es así, también, como nos educa, nos consuela, nos alimenta y nos ilumina. Cuando la Palabra cae en nosotros como en una tierra buena, después de haberla acogido con un corazón amplio, un corazón que escucha, y la guardamos con perseverancia, entonces producirá fruto y seremos iluminados abriendo el interior como resonador de la Palabra. Nos encontraremos con nuestros límites, pero también con nuestras infinitudes. Podremos contemplar la fuerza en la debilidad, lo infinito en lo finito, la gracia brotando de la herida, la eternidad en el tiempo, la magnanimidad en la humillación.
Al ser redimidos por la Palabra, somos instalados en el lugar que nos es propio. Se nos brinda un traje nuevo, un vestido de boda, a medida, y estrenamos cuerpo, alma y espíritu. Las energías dispersas son recogidas, unificadas y acopladas a la corriente generativa de vida que nunca descansa y que todo lo recrea. Emerge, entonces, con entusiasmo, el aleluya, el grito de alegría que brota de las profundidades y desencadena una fiesta sin fin.
“Jesús, sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Son innumerables los gestos de la presencia viva del Resucitado, gracias a los cuales merece la pena la vida, incluso con todos sus sinsabores. Gestos que hacen arder el corazón, gestos de misericordia y humildad, de gratitud y ternura, de paz y consuelo. Son los gestos que dan sentido a nuestra vida, que vale la pena cultivar y cuidar, y que tienen mucho más peso e importancia que todo lo demás. Suceden cuando menos lo esperamos, nos sorprenden siempre, no pueden ser controlados, nos dejan sumidos en un estado de asombro que nos posee y nos dan alas para volar fluidamente en la existencia. A través de estos pequeños gestos –por los que despertamos a una realidad transfigurada y nueva- podemos escuchar esa voz cálida que todo lo envuelve y que nos susurra: Consolad, consolad a mi pueblo... No temas gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio… Eres precioso ante mi, de gran precio, y yo te amo… ese susurro que arranca del corazón nuestra expresión más asombrada, honda y agradecida: ¡Era verdad, ha resucitado el Señor!
Dentro de este mundo violento, los amantes encuentran lugares secretos donde hacen transacciones con la belleza.
La razón dice: Tonterías. He caminado y medido las paredes aquí. No hay lugares así.
El amor dice: Hay (Rumi)
Que hoy Jesús ilumine los ojos de nuestro corazón para que le reconozcamos sentado a la mesa de nuestra vida cotidiana, como uno de los tantos comensales – ¿cuál de ellos? – partiendo su pan con nosotros. ¡Que ojalá reconozca y reverencie al Dios que hay en ti y que es también el Dios que hay en mi!
Gracias
Que hoy Él ilumine los ojos de mi corazón para que le reconozca siempre en mi mesa . 0jala lsiempre sea así!!! GRACIAS
Arder el corazón.
No arde nuestro corazón cuando nos fabricamos a un Jesús a nuestra imagén y semejanza y lo internamos en la prisión de nuestros aposentos, creándose así un sentimiento de tirria y birria hacia todo lo que está fuera de ésa prisión, es decir, a la libertad. » sus ojos estaban incapacitados para reconocerle» Lc 24.16.
Arde nuestro corazón cuando abrimos puertas y ventanas de par en par, cuando abrimos los ojos a la vida, cuando dejamos a Dios ser Dios – Carlos G. Vallés SJ – , es entonces cuando respiramos , porque «para ser libres nos ha liberado Cristo». Ga 5.1.
Gracias .
Gracias por hacernos pensar, por abrirnos los ojos..