
Cuando escuchamos el relato de la Pasión del Señor surgen en nosotros sentimientos de compasión, dolor con Cristo dolorido, quebranto y pena interna, que diría S. Ignacio. La Pasión de Jesús, como hecho histórico, ya pasó, pero la pasión de la humanidad es un acontecimiento de hoy. Donde hay sufrimiento hay prolongación de la Pasión de Cristo, en esos hermanos y hermanas que llevan en su cuerpo y en su espíritu las llagas de Cristo y los sufrimientos morales de su Pasión.
Se necesita tiempo de oración humilde y silenciosa, de contemplación sosegada, de recogimiento activo, de reflexión lúcida para descubrir cómo la Pasión de Jesús es la Pasión del hombre y cómo la Pasión del hombre es la Pasión de Dios.
Para los evangelios, la muerte de Jesús fue consecuencia de su vida: lo mataron porque estorbó a la autoridad. El descuido importante de la tradición cristiana ha consistido en desconectar la cruz de lo que había sido la vida concreta del Maestro, de modo que la cruz vino a convertirse en un valor abstracto: lo que nos habría salvado sería la cruz; bastaba creer en ello, aunque se desconociera la vida histórica del Nazareno.
Este planteamiento produjo, entre otras, dos consecuencias graves: el ‘dolorismo’ y el ‘doctrinarismo’. El dolorismo es la afirmación de que ‘el dolor es siempre bueno’. Si lo que nos había salvado era la cruz, y la cruz es dolor, la conclusión se imponía por sí misma: el dolor es bueno y a Dios le agrada. El doctrinarismo hizo del cristianismo ‘la religión de la cruz’: ser cristiano era más una cuestión de creer -en el sentido de creencia o doctrina- que de vivir. Olvidada la vida histórica de Jesús de Nazaret, en sus rasgos más concretos, críticos, novedosos e incluso subversivos, se instauró una nueva ‘ideología religiosa’.
Frente a ambos riesgos es necesario recuperar la sencillez del evangelio y al Jesús histórico. ¿Qué significa la cruz, si tenemos en cuenta que fue el resultado cruel de una manera concreta de conducirse en la vida? La cruz es expresión y consecuencia de la solidaridad con los crucificados; es opción por las víctimas; es denuncia de un poder inhumano, religioso y político, que tortura y elimina a seres inocentes, justificando esas muertes incluso en nombre de Dios; es símbolo de esperanza para quienes no tienen esperanza; es victoria sobre el mal y la muerte, victoria que se produce precisamente en medio mismo del mal. Y es -y esto es lo que no podemos olvidar, y hoy me gustaría resaltar- expresión de un Dios que es Amor hasta el extremo, tal como subraya especialmente el cuarto evangelio: tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que quien crea no perezca, sino que tenga vida eterna (Juan 3,16). La cruz es expresión de que Dios es Amor también en la negatividad de lo humano, en la desesperación y el abandono. El mal puede convertirse en bien, porque el Fondo último de lo real es Vida y Amor. Por eso, aun en medio de la sensación de abandono, es posible gritar: Padre, en tus manos encomiendo mi vida.
Así, recuperamos la sencilla y profunda sabiduría del evangelio: lo que nos salva no es el dolor –el dolorismo no tiene ningún sentido-, ni siquiera la cruz –entendida en su materialidad-, sino aquello mismo que crea y que da vida: el Amor. No es la cruz lo que tenemos que buscar, sino el amor; la cruz vendrá como consecuencia.
Dios quiere salvar y liberar a todos los hombres por el Misterio Pascual de su Hijo, por su vida, pasión, muerte y resurrección, pero esta salvación, esta liberación, pasa por nuestras manos. El don lo tenemos en Cristo muerto y resucitado, por eso la importancia decisiva de adentrarnos en este Misterio para conocerlo y para que se haga carne de nuestra carne. Cuando esto sea así, este don será una realidad vivificante y vivificadora en nuestras vidas y en la vida de todos los seres humanos.
El Señor que espabila nuestros oídos y abre nuestro corazón, nos conceda en esta Semana Santa la gracia de apasionarnos amorosamente por Él y por todos los seres humanos, nuestros hermanos.
“” Dios es Amor… ( 1 Juan 4 ) … “”. El Dios que se abaja, que se encarna en nosotros, que toma como suya nuestra propia existencia, siendo humano y desdeñando su divinidad, es un Dios que en Jesús se compromete con el ser humano hasta las últimas circunstancias y consecuencias. No podemos separar vida, pasión, muerte y Resurrección de Cristo en compartimentos estancos y obviar la Realidad. Cristo, históricamente, vino en un lugar y tiempo determinado. Tanto el Imperio romano como las autoridades del Templo de Jerusalén, no quisieron entender su mensaje porque lo consideraban una amenaza subversiva no soportable. Cristo siempre está del lado de las víctimas inocentes de todos los tiempos…que sufren el hambre, las guerras y la miseria. Cristo nos enseña que a Dios no se le puede encasillar en ninguna imagen de piedad idealizada o establecer unas normas que nos sirvan para adorarle. Dios se une al dolor y sufrimiento de las personas y podemos escuchar el grito de dolor del mismo Dios en los inocentes,,,en el rostro de los mismos. Jesús no pasa…Jamás nos abandona…Jesús viene a salvarnos…Y todo por su Gran Amor hacia nosotros. De sobra, a nosotros nos es imprescindible tomar nuestra propia cruz, unirnos a toda la Humanidad y seguir las huellas del Crucificado. Dios nos espera con los brazos abiertos de par en par. Dios se alegra por cada persona que entienda que la vida hay que vivirla con Alegría domeñando todos los problemas, todas las contrariedades de la vida cotidiana…Alabemos al Señor… que viene… que perdura con cariño a nuestro lado. Porque sí !!! Porque Él no deja de estar atento y vigilante de lo que necesitamos. Bendito sea el que viene y está en nombre del Señor !!!
Gracias
Muchas gracias por vuestras oraciones y por la enseñanza de hoy.
Muy alegre de haber podido leer esta homilía tan sencilla acerca del dolor, la Cruz y la conclusión final. Gracias….
Gracias……
Grazas