Jean-Paul Sartre pone en boca de uno de los personajes de su obra teatral ‘A puerta cerrada’, la siguiente frase: no hay necesidad de parrillas; el infierno son los otros. Viene a decir que, no es posible una relación neutral con el otro; cada cual ve en el otro lo que espera ver y, aun en la diferencia, continúan haciéndose presentes, como proyecciones, las ideas afincadas en el yo. No resulta extraño, en la cotidianidad, que se suprima la diferencia en aras de lo que nos unifica: en favor de la unidad recurrimos a abstracciones que engloben la convivencia humana bajo lemas de amor, concordia, justicia, igualdad, fraternidad. Sin embargo, no por ello deja de estar presente el fantasma del miedo, la creencia de que el sufrimiento es la posibilidad más real en el contacto entre humanos.
Sartre no estaba diciendo, necesariamente, que todas las personas que nos rodean son infernales o que debemos alejarnos de los otros. Quería decir que necesitamos a los otros para comprendernos, para vernos desde fuera, para contemplarnos como entes responsables, pero que, si nuestras relaciones con los otros están viciadas, no pueden ser más que infernales. El infierno son los otros alude a la tortura de la convivencia, de la vida en común con quienes ven las cosas distinto a como nosotros las vemos.
Sartre describe el infierno que vive el hombre contemporáneo por el tormento que le inflige la mirada de sus semejantes, mirada reveladora de la distancia entre lo que él realmente es y lo que quisiera ser. La mirada ajena, es esa mirada pesquisante que me descubre y revela y que me penetra; una mirada invasiva que me incomoda, disgusta y ofende; la mirada del entrometimiento, intrusa, que se inmiscuye hasta poder resultar infernal.
Nuestras relaciones son complicadas y difíciles. Están grávidas de expectativas y exigencias. Nadie puede llenar nuestras carencias. Todo está dentro de nosotros. Si queremos tener una relación porque creemos que puede ofrecernos algo que no tenemos, y a los demás les pasa lo mismo, entonces pedimos y nos exigimos mutuamente algo que no podemos brindarnos. Eso nos convierte en mendigos o en ladrones. No es difícil aventurar el infierno que nos espera, si nos mudamos o convertimos a los otros en objetos para satisfacer deseos o en instrumentos para cubrir necesidades. Nada del exterior puede darnos lo que ya está en nosotros.
El amor está dentro de uno mismo. Cuando nos topamos con el hontanar que mana en el interior, entonces el caudal de vida y amor, que brota derrochándose a borbotones, rezuma, rebasa y se derrama hacia fuera. Desde ese momento, las relaciones ya no son para pedir nada ni para robar lo que no tenemos; si nos relacionamos es para compartir la vida y el amor que nos habita. Así todo cambia.
Desde el manantial que nos habita, podemos dejar de vivir a la defensiva por miedo a sufrir, podemos dejar caer la armadura que aprisiona la delicadeza de nuestro corazón, haciéndonos temerosos y duros. Dejamos de sentimos separados de la totalidad, de estar confinados en una prisión que nos restringe a nuestras esperanzas y miedos personales. Cuando permanecemos abiertos y dejamos que se nos parta el corazón, descubrimos nuestro parentesco con todos los seres. Somos capaces de abrirnos, de entrar en un intercambio con los demás y no dejamos de crecer. Lo que no puede abrirse a lo desconocido no podrá crecer (Charon) Si no nos abrimos al otro, no podremos conocer y disfrutar el amor, que es el principio que edifica el mundo.
Desde la fuente que mana en nuestro interior, experimentamos ese lugar delicado de la ternura por la vida, donde nos sentimos volviendo a casa, abandonando la amnesia que nos ha mantenido enajenados, para recordar quiénes somos en realidad. La ternura por la vida está disponible en todos los momentos de la existencia. En el fondo mismo descubrimos agua, el agua curativa del amor misericordioso e incondicional de Jesús. Allí abajo, en la espesura de las cosas, descubrimos el amor que nunca muere.
Quien desbordado de consuelo bebe y derrama las aguas que dentro de sí manan de la Fuente de la Vida, del Cristo interior, es ya una eucaristía viviente. Los ríos de aguas vivas del Espíritu le han transformado en carne de Dios por cuyas venas fluye la sangre del Cristo interior que se entrega a sí mismo a todos por amor, borrando las fronteras de género, credos, lenguas, razas y condiciones sociales y descubriendo que ‘el cielo son los otros’.
Bien cierto. Todo está dentro de nosotros. No se puede transmitir mejor, muchas gracias.
Gracias
Gracias
Gracias!
Pues sí… el infierno es el otro.
Bien lo sabían y saben los ermitaños, los cartujos, los jerónimos.
¿ Cielo…Infierno??..¡ Qué importa ! El infierno no está en el exterior, ni en las demás personas. Todo se cuece dentro de nuestros seres, en esa parte que muchas veces no percibimos, porque la desazón se halla no clara, en nuestro inconsciente que a veces aflora. Creemos que nuestros enemigos principales son los otros; cuando nuestro verdadero infierno es vivirnos en la ausencia De Dios… de ese Dios que es pura misericordia…que nos anima y nos conduce con el Amor de Jesús. No nos podemos escudar en que el Mal del mundo…es por la maldad de una mayoría de seres humanos inícuos que lo que único que pretenden es nuestra aniquilación. Jesús lo sabe y ofrece todo su Ser por la Fraternidad- Sororidad de las personas. Ofrece su Corazón y sus manos trabajadoras para que entendamos que solo sirviendo a los demás, desde nuestro interior, es posible una Humanidad mejor…un Mundo más habitable. Nuestras faltas y deslices son como “ robar a Dios “…son como querer engañar a Ese Dios que se deja y que, en contrapartida, nos entiende y nos da continuamente cosas buenas con su Misericordia Eterna… Solo nos pide Amor…en todas las cosas y ocasiones. El cielo, la Vida Eterna, puede esperar… aunque el cielo está entre nosotros ya… es el Reino De Dios por el cual hemos de trabajar duramente pero sin impaciencia, con bondad…dejando aparte violencia, ira y soberbia. Tenemos un fortísimo aliado en el camino: EL ESPÍRITU SANTO QUE JESÚS NOS PROMETE.
Gracias por aclarar las ideas
«…el amor es el principio que edifica el mundo». Creo que sólo con una fe robusta se puede descubrir el amor en los otros y acaso en el interior de nosotros mismos.
Gracias, siempre