«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
Creo que no nos tiene que extrañar la actitud del pueblo de Nazaret con respecto a ese paisano que iba de “maestro” pero que no era más que uno de ellos: un artesano.
La persona de Jesús de Nazaret era abierta como eran y son los profetas a lo largo de la historia. Diga lo que diga, el profeta lo hace desde su propia experiencia, con un lenguaje claro y simple que descontrola y deja en evidencia a los que aguardan una sabiduría esotérica solo comprensible para los iniciados, los sabios y entendidos al modo humano. La sabiduría del profeta es sabiduría de Dios, porque «La sabiduría de Dios es más sabia que toda la sabiduría de los hombres». Y está encarnada en los acontecimientos de la vida, y es desde la vida en done el Dios y Padre de Jesús de Nazaret se acerca a las gentes.
Siendo un maestro del silencio, experimentado en la soledad del desierto, en las largas horas de oración nocturna, en el conocimiento del corazón humano, el lenguaje de Jesús desconcierta por su profunda sencillez que toca y pone al descubierto los secretos del corazón y porque está revestido de una autoridad que está por encima de la enseñanza de las escuelas rabínicas. La palabra de Jesús tiene una fuerza interior que la hace penetrar hasta los más hondo del ser, «No hay criatura invisible para ella: Todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuentas» (Hb 4, 13). Todos son tocados por ella, otra cosa es la acogida y la respuesta a esa Palabra. En el Evangelio de hoy es negativa. Toda una comunidad, incluida su familia, se cierran a ella, hasta el punto de que Jesús se escandaliza de su falta de fe. Ya Jesús lo advertía: «La lámpara de tu cuerpo es el ojo, Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras, ¡qué oscuridad habrá!» (Mt 6,22).
Siempre corremos el riesgo de que nuestros corazones se cierren a las palabras de vida por lo que suponen un cambio de mentalidad, de dejar el orden antiguo, que nos da seguridad, pero que mata nuestra capacidad de creatividad. Somos llamados a crear órdenes nuevos afianzados e los cimientos de la Palabra del Maestro del mismo modo que Él, desde la fe de Israel, y desde su experiencia de Dios y de su visión del ser humano y religioso estancando en un mundo de ritos y prohibiciones, apuesta por la liberación del mundo caduco y su crecimiento como personas libres y mayores de edad que piensan por sí mismas.
Jesús nos llama a convertirnos desde su Palabra, en palabras para los demás, palabras sanadoras, semillas aladas que van buscando una tierra buena donde fructificar, Porque siempre que una persona se abre a la fe en Jesús Cristo y a su Evangelio, desde las profundidades del silencio, se realiza el milagro de una nueva criatura, nacemos a nosotros mismos, para los demás y para Dios. Y, cuando una persona se realiza y dice algo, su palabra se convierte en semilla que fructifica en el corazón del que la acoja. Se decía de Sosa, un antiguo monje zen, que no era un hombre de conocimientos, que era un hombre sabio. Que había penetrado en el misterio, y todo lo que trae consigo tiene un enorme significado. Que podía transformar a una persona completamente porque todo lo que decía era oro puro. La clave está en «ESCUCHAR» (Osho, El libro de la NADA. 1).
Ya lo decía Jesús de Nazaret: «Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca». Hoy nos encontramos con una comunidad que se niega a escuchar las palabras de vida y, no solo eso, se escandaliza de la sabiduría y de los milagros de Jesús que es bien conocido por ellos. Un gesto, por otra parte, muy común a todos los grupos religiosos cuando una voz se levanta para despertar las conciencias del dulce sopor en el que viven. Nunca los profetas y místicos fueron bien vistos por las distintas religiones a lo largo de los siglos. Porque el mayor pecado de las religiones en general es cultivar el miedo. El miedo agiganta los problemas y despierta nostalgias del poder del pasado; genera el control y ahoga la alegría, endurece la disciplina y hace desaparecer la fraternidad. «Donde comienza el miedo se acaba la fe» (J.A. Pagola). Por eso no es de extrañar que Jesús comience su vida pública llamando a las gentes a un cambio de mentalidad. Ya no será la Ley del Sinaí, será el proyecto del Reino, y por eso hace su invitación: «Convertíos, y creed la Buena Noticia».
Jesús no es un pensador que explica una doctrina, sino un sabio que comunica experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. Y por eso mismo no se le puede entender desde fuera, hay que entrar en contacto con Él. Sus paisanos lo rechazan porque sabían quienes eran sus padres y sus hermanos, no van más allá de la mera exterioridad, se resisten abrirse al misterio que encierra su persona y, sus palabras, rebotan en sus corazones de pedernal. Por lo demás, todos conocemos bien la historia, su altos y bajos. Hay muchas maneras de rechazar a Jesús y a sus enviados, y cada época de la historia repite los mismos modelos de rechazo. Pero también está el pueblo pobre y humilde que se estremece ante la Palabra de Dios y se deja guiar por ella. Para ellos Jesús es el Maestro de la vida y su Palabra una fuerza que cambia lo débil en fuerte, la perezosa rutina en un río de vida y alegría. Es el lenguaje del amor que hace nuevas todas las cosas y que constantemente está sembrando esperanza.
Gracias
“ Pero también está el pueblo pobre y humilde que se estremece ante la Palabra de Dios y se deja guiar por ella. Para ellos Jesús es el Maestro de la vida y su Palabra una fuerza que cambia lo débil en fuerte, la perezosa rutina en un río de vida y alegría. Es el lenguaje del amor que hace nuevas todas las cosas y que constantemente está sembrando esperanza.”
Gracias.
Hasta siempre.