El profeta Elías, al llegar a las puertas de la ciudad de Sarepta, se encuentra con una viuda que vive una situación de carencia. Esa situación le había quitado la esperanza. Se preparaba para hacer un último pan para sí y para su hijo con un puñado de harina y un poco de aceite, que todavía tenía, y después solo le quedaba esperar la muerte. Cuando Elías le pide, además del agua, un trozo de pan, la pobre mujer le confiesa su situación miserable. Pero él anímale a que no tema y a que le prepare un panecillo.
«Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.» (1 Re 17, 15-16)
Contra toda lógica, la mujer obedece. Su confianza le permite acceder a un lugar que está más allá de la estrecha contabilidad humana, al territorio de Dios, donde, paradójicamente, nuestra escasez es como un espacio sagrado donde se manifiesta la abundancia de su gracia. La confianza es el camino más directo para la comunión con Dios. Cuando osamos confiar, no hay ninguna miseria, sea cual sea, que nos destruya, sino todo lo contrario, la experiencia de la indigencia puede transformarse en un trampolín que nos pone en brazos de Dios como niños pequeños que confían en su papá. Como nos recuerda el salmo: Espera Israel en el Señor como un niño en brazos de su madre.
En la confianza hay un reconocimiento de la propia pobreza: yo no me basto a mí mismo, te necesito. Y como un niño me dejo llevar de la mano. Y aquí está el secreto de la libertad. La libertad nunca está en la autosuficiencia. Somos más libres cuando confiamos y nos arriesgamos a transitar caminos que están más allá de nuestra visión, necesariamente estrecha. El que piensa que lo puede controlar todo, vive en la cárcel de la autosuficiencia. Lo que le parece un territorio seguro es pura esclavitud.
Tenemos tanto miedo de no ser autosuficientes y de depender de los demás. En definitiva, tenemos mucho miedo de presentarnos ante los demás vulnerables y frágiles. Cuando nos dejamos dominar por este miedo, nos sale el escriba que llevamos dentro. Nos dejamos seducir por los ropajes, los disfraces, las reverencias y los honores, por los primeros puestos… Todas estas cosas, que bien conocemos, son como que una segunda piel, bajo la cual nos sentimos protegidos. La imagen nos ofrece una ilusoria protección que termina atrofiando el deseo de vida que late en nuestro corazón.
La viuda pobre del evangelio, que ha echado todo lo que tenía para vivir en el arca de las ofrendas, nos enseña el camino del abandono, del colocarse en manos de Dios y de la confianza. Podemos ser gente muy generosa, gente con muchos dones y capacidades, con posibilidades de ofrecer muchas cosas a los demás, pero jamás podremos saborear la alegría del Reino de Dios sin la experiencia de ser encontrados de manos vacías porque lo hemos entregado todo con la confianza de que nada nos faltará.
Dice el profeta Isaías:
«Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (40, 31-32).
Precioso. Muchas gracias
Gracias !!!
Gracias
Grazas.