
Deserto – Éxodo | Enrique Mirones, monje de Sobrado | 2002
Cada comienzo del sacramento cuaresmal como preparación a la Pascua tiene siempre unos matices concretos que los acogemos cada uno en nuestro corazón. Cada uno los vive desde su singularidad, pero nunca debemos olvidar que formamos parte de una comunidad en la que repercutirá de un modo muy especial nuestra vivencia personal.
Hay una llamada a la conversión, no una conversión en abstracto sino que se nos pide una respuesta que nos haga salir de nosotros mismos al encuentro del sacramento del hermano y de la comunidad. Los criterios de esta conversión son claros: Hay que dar frutos de penitencia, pero esta debe fraguarse en el interior. Rasgar el corazón es un acto de valentía, es un dolor que purifica nuestro ser y llena de luz los ojos de nuestro corazón para descubrir el abandono que pueda haber en nosotros de los valores esenciales que construyen la vida de una persona y de una comunidad. Se nos pide pasar de lo universal a lo concreto. Es fácil hacer referencia a los problemas del mundo, pero no está en nuestras manos solucionar esos problemas. Por eso se nos llama a adentrarnos en lo concreto de nuestra vida para que nuestra pequeña aportación se una a las pequeñas aportaciones de otras personas y de otras comunidades. Sigue leyendo