PEREGRINO – SU MORADA ES EL CAMINO

Te ofrecemos una reflexión sobre tu peregrinación:

El Camino de Santiago se ha convertido en una alegoría del itinerario vital e interior que cualquier ser humano (ya sea creyente o no), debe recorrer para encontrarse consigo mismo y con Dios. Es decir, que en la vida cada uno de nosotros somos peregrinos a la búsqueda de sentido, de nosotros mismos, hacia la intimidad con Dios.

Sabemos que el peregrino no tiene casa, su morada es el camino. Para ponerse a andar necesita ir lo menos cargado posible; por lo tanto debe deshacerse de todo aquello que es superfluo y quedarse con lo mínimo imprescindible.

El camino es bello pero arduo; está sembrado tanto de sorpresas fascinantes como de dificultades de todo tipo. El peregrino disfruta de la novedad del paisaje, al tiempo que padece física y psíquicamente el cansancio extenuante; se siente aliviado al desconectarse de su cotidianeidad, si bien recuerda con añoranza todo lo que ha dejado atrás; las etapas interminables son recompensadas a diario por la satisfacción que produce el cumplimiento del objetivo propuesto, pero le recuerdan al peregrino que no son la meta final; la esperanza ante los progresos que va alcanzando se alterna con la aparición imprevista del absurdo en los momentos de desfallecimiento; la seguridad de ver que va adquiriendo su propio ritmo, se sucede de la incertidumbre ante una nueva jornada, que el peregrino experimenta como un misterio, pues no conoce los avatares agradables o desagradables que le depararán…

Pero sobre todo el mayor problema a resolver que el peregrino se encuentra, es él mismo; es como si tuviera que aprenderlo todo de nuevo. De muy poco le sirven los conocimientos adquiridos y los apoyos que en la vida ordinaria ha recibido en las relaciones humanas. El currículum vitae que hasta el presente le ha acreditado ante sí mismo y ante la sociedad queda obsoleto durante la peregrinación. En el camino, el peregrino es uno más, sin títulos ni avales, a la intemperie, a merced del sol, de la lluvia o del frío, despojado de los reconocimientos y valoraciones habituales a través de los cuales se va forjando una identidad en la vida.

Al peregrino las circunstancias le obligan a encontrarse a sí mismo al desnudo. A medida que camina, se le va desvelando lo que es: un sinfín de ruidos interiores, de relaciones, de reacciones, de sentimientos, unos luminosos y otros sombríos, que se van sucediendo ante el espectador asombrado, que es uno mismo.

El peregrino no tiene a qué agarrarse, nada con qué quedarse… lo pasado ya no importa, es recuerdo estéril; lo porvenir es desconocido, pura imaginación que hace vivir de ilusiones. Lo único importante es caminar hacia adelante, atento a cada paso, a cada nuevo descubrimiento, que le va conduciendo a una nueva comprensión de la vida. Comprueba algo sorprendente: la vida real se reduce sencillamente a lo que tiene entre manos, a lo que es, porque únicamente él existe en el ahora, sólo es real el instante presente. La meta final va desdibujándose poco a poco en el horizonte y va perdiendo relevancia. El camino en sí mismo va adquiriendo importancia y ocupando el lugar de la meta; el camino es la meta, y no hay otra meta que el camino mismo. Comienzan a resonar con fuerza las palabras de Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida… En el Camino, en el aquí y ahora, en cada aquí y ahora del Camino, se dan cita la Verdad y la Vida.

Metido en esta dinámica, imperceptiblemente, el peregrino siente cómo va aligerándose su equipaje, cómo se devalúan las creencias, cómo se difuminan las fronteras divisorias, cómo va despojándose de aditamentos de toda clase, cómo va abriéndose a una libertad desconocida hasta entonces, cómo gratuitamente, de improviso, recobra la frescura en las relaciones humanas… El amor solidario y la libertad salen a su paso, lo invaden y lo inundan, y tiene la sensación de que siempre estuvieron ahí, a la espera de revelarse y ser acogidos. Es como si lo más auténtico de uno mismo aflorase incontenible y espontáneamente. Dios mismo sale a su encuentro en el develamiento de su verdadera identidad como ser humano. Él mismo, Dios mismo… en el camino.

Todos somos invitados, como peregrinos, a comenzar o a continuar el camino emprendido, es decir, a vivir la propia vida con integridad y a la altura de nuestra dignidad como seres humanos, para crear unas relaciones interpersonales e internacionales más justas, solidarias y fraternales.

Que el apóstol Santiago, el Señor Santiago, sea una referencia constante que nos estimule en esta bella aventura, en esta peregrinación al encuentro con uno mismo, con los demás seres humanos y con Dios.

La Comunidad de monjes de Sobrado te desea una feliz peregrinación.