Con el envío de los Doce de dos en dos, el evangelio de Marcos quiere recordarnos que toda misión evangelizadora nos invita a vivir según los valores del Reino, a ser portadores de paz y a hacerlo con las mismas actitudes de Jesús. Jesús da a los suyos unas recomendaciones para llevar la Buena Noticia a los demás, para comunicar lo que Dios es para todos sin condiciones ni excepciones. Les recomienda que vayan con un bastón y nada más, pero sin pan ni alforja ni dinero, es decir, ir a pecho descubierto, confiando sólo en Dios y en el mensaje. Les dice que en todo se pongan al nivel del otro: quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio; les da autoridad para que echen demonios y curen a los enfermos que haya, y naturalmente no se refiere sólo ni principalmente a las enfermedades físicas. Curar significa alejar de un ser humano todo aquello que le impide ser él. Les encomienda predicar la conversión. Lo único que un ser humano debe saber es que Dios le ama. Predicar la conversión, es hacer ver a cada persona que Dios es alguien cercano, que está tan cerca, que es lo más hondo de su propio ser, que no tiene que ir a buscarlo a ningún sitio raro, ni al templo ni a las religiones ni a las doctrinas ni a los ritos ni al cumplimiento de la norma. Dios es y está en ti. Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos, rezaba el salmo responsorial. Descúbrelo y lo tendrás todo, y podrás ayudar a los hombres a ser más humanos, empezando en el interior de sí mismos.
Pero todas estas recomendaciones de poco valen si uno no es testigo de lo fundamental, como dice 1 Juan 1, 1-3a: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, -pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros… Cuando uno conoce personal y amorosamente la maravilla que es el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, cuando uno cae en la cuenta de que nuestra vida es una vida valiosa, que tiene sentido, que vale tanto la pena que el mismo Dios la ha hecho suya al encarnarse en Jesús para poder convertirla también en vida divina… entonces todo empieza a cambiar para nosotros y todo lo vemos con una nueva luz. Si caemos en la cuenta de todo esto, seguro que esa conciencia del valor, de la belleza, de la bondad de nuestra vida, suscitará en nosotros el deseo irresistible de comunicar lo que Dios es para todos sin condiciones ni excepciones. La misión evangelizadora, en boca de Martin Luther King, consistiría en “o vivimos todos juntos como hermanos, o pereceremos todos juntos idiotas”.
La presencia de Dios no es una presencia como la de un objeto cualquiera que está ahí y que basta con descorrer un velo para descubrirla. Es una Presencia dinámica y actuante en nosotros. Hay una expresión en el Cántico Espiritual de S. Juan de la Cruz sobre la presencia de Dios en nosotros verdaderamente bella: “Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados”. La presencia de Dios la representa aquí el poeta en “esos ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados”. Es una presencia que nos mira permanentemente desde nuestras entrañas, desde lo más íntimo de nosotros mismos. Es Dios volcado hacia nosotros, dirigido a nosotros desde nosotros mismos. El mismo santo dice en algún lugar que “el mirar de Dios es amar y hacer mercedes”. Dios sólo sabe y puede amar porque Dios es amor. Y nos hace mercedes porque su amor es eficaz en nosotros. Por eso, el mismo San Juan de la Cruz anota que la mirada de Dios provoca en nuestra alma cuatro bienes principales: “limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla.”
Otra mística, Juliana de Norwich, nos habla así de su experiencia del Amor de Dios: “Y cuando hemos caído por fragilidad o ceguera, entonces nuestro comprensivo Señor nos toca, nos conmueve y nos llama…. Y luego El quiere que veamos nuestra ruindad y que la reconozcamos con humildad.
Pero no es su voluntad que nos quedemos ahí, ni quiere que nos ocupemos demasiado en echarnos la culpa, tampoco es su deseo que nos despreciemos, sino que nos volvamos a El con presteza. Rápidamente nos estrecha consigo, pues somos su gozo y su deleite, y El es nuestra salvación y nuestra vida.
Maravilloso y esplendido es el lugar donde mora el Señor, y por eso, es su voluntad que respondamos sin demora a su toque benevolente, regocijándonos más en la plenitud de su amor que lamentándonos de nuestro frecuentes fallos”.
Santo Espíritu de Dios que mantienes viva para todos la presencia de Jesús, que haces revivir lo que ha muerto, crecer lo que germina y madurar lo que ha caído en tierra: haz nuevas todas las cosas, recrea nuestras libertades cuando éstas se desmoronan, sostén nuestra esperanza en el corazón mismo de las violencias, no dejes que desesperemos jamás de nosotros y condúcenos a la verdad plena.
Son «enviados» de Jesús. Sólo anuncian. Ellos sólo abrirán caminos al Reino de Dios. Enviados con lo necesario para caminar. Libres y sin ataduras, siempre disponibles al otro, sin instalarse.
Sin este estilo, no hay nueva evangelización.
Nos agarramos al poder que hemos tenido. Nos enredamos en intereses que no casan con el Reino de Dios.
Pero el bastón se co virtio en báculo de plata. Las túnicas en terciopelo y armiño….
Gracias por esta magnífica homilía.