María, maestra en el arte de vivir la novedad

 

Anunciación (det.) | Xaime Lamas, monje de Sobrado

Cuando todo guardaba un profundo silencio, al llegar la noche al centro de su carrera, tu omnipotente Palabra, Señor, bajó de su solio real… al seno de la Virgen María.

En María, la esterilidad ha ensanchado su significado, se ha vuelto poesía y cántico; es el encuentro de Dios con la humanidad pobre, el poder divino escogiendo “lo débil, lo despreciable, lo que no es, para confundir a lo que es” (1 Cor 1,27). Estamos ante el mismo poder creador del Dios que había intervenido en  el origen de la tierra “informe y vacía” para hacerla grávida de  semillas, y  en la génesis de Israel concediendo vida a los vientres vacíos que la naturaleza había condenado a ser infecundos. En la maternidad virginal de María, Dios vuelve a revelarse como vencedor de cualquier incapacidad, imposibilidad o límite, porque cuando éstos son reconocidos, aceptados y celebrados, se convierten en la ventana por donde entra la fuerza creadora del Espíritu.

“Allí donde terminan nuestras posibilidades, empiezan las de Dios”, nos repiten de mil maneras los autores del NT: a los de Caná les faltaba vino, los discípulos no tenían más que dos panes y cinco pececillos para alimentar a la multitud, las mujeres en la mañana de Pascua eran conscientes de no poder mover la piedra del sepulcro.  Todos esos “no tener”, “no poder contar con”, “no ser capaces de…”, están detrás del “no conocer” de María, y la respuesta recibida irá siempre en la misma dirección: “No temas… Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37). “No temas, ten fe solamente” (Mc 5,36), escuchará Jairo de labios de Jesús, casi las mismas palabras dirigidas al padre del niño epiléptico: “Todo es posible al que cree”  (Mc 9,23). Así es como la semilla de la Palabra había ido a parar a la tierra buena de la mejor hija de Abraham, merecedora de la mejor felicitación: “¡Dichosa tú que creíste porque se cumplirá lo que el Señor te anunció!” (Lc 1,45).

Dios tiene comenzado en cada uno de nosotros un trabajo de “virginización” por el que nos vamos haciendo cada vez más receptivos y abiertos a los otros, más vacíos de nosotros mismos y dispuestos a pasar a esa “esfera de sombra” en que ella vivió. En la anunciación, María “entra en escena” como la mujer “revestida de sol” de que habla el Apocalipsis (12,2): “has encontrado gracia”, “el Señor está contigo”, “no temas”…, pero “sale de escena” envuelta en sombras: “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra…”  y tendrá que aprender a vivir toda su vida ahí, aceptando no comprender siempre (Lc 2,50), sabiendo a que una espada del dolor le atravesaría el alma (Lc 2,35), dispuesta a confrontar en su corazón las incertidumbres de la realidad (Lc 2,19).

Lo mismo que ella, también nosotros escuchamos “voces de ángeles” que nos invitan a pasar del ámbito de lo seguro y conocido, de lo acostumbrado, razonable y controlable, a la “esfera de sombra”. Nos da miedo adentrarnos en ese terreno desconocido aunque estemos añorando con todas nuestras fuerzas que el centro deje de estar en nosotros mismos, o en nuestras posibilidades o imposibilidades, para que sea Otro quien “se haga con el control” y nos haga por fin fecundos.

Nos sentimos amenazados por ese tránsito y ese des-centramiento y, según va pasando la vida, corremos el peligro de girar cansinamente en torno a lo ya realizado, lo ya visto y experimentado: “esto es lo que soy”, “esto es lo que da de sí la vida”, “este mundo, este grupo, esta realidad, son lo que son y no hay quien lo cambie…”.

La gracia nos está esperando ahí, lo mismo que a María, para  llamarnos a acoger las posibilidades inéditas que el Dios de lo no-conocido puede crear en nosotros. “Si este pueblo juzga algo imposible, ¿tendré que juzgarlo yo también imposible?, dice el Señor” (Za 8,6).

Si nos rendimos ante El, irrumpirá en nuestra vida un viento capaz de arrastrarnos más allá de nuestra nostalgia por lo irremediable, de nuestras inútiles lamentaciones por lo que dejamos atrás o perdimos, para conducirnos al asombro ante lo que aún está por nacer en nosotros. Porque, como dice el Maestro Eckhart, “el propósito principal de Dios es dar vida y no está satisfecho hasta que no engendre a su Hijo en nosotros. Y tampoco el alma está nunca satisfecha hasta que el Hijo nazca en ella”.

Y si nos preguntamos cómo se hará esto en nosotros, gente tantas veces pusilánime agarrada a pequeñas seguridades y obsesionada por los propios límites, lo mejor que podemos hacer es acercarnos a María, la mujer “revestida de sol y envuelta en sombra”, porque ella conoce bien los extraños caminos por los que se accede a ese nacimiento.

9 comentarios en “María, maestra en el arte de vivir la novedad

  1. Concha dijo:

    Siempre me han hecho bien sus reflexiones, pero en estos momentos tan difíciles de pandemia , de bien han pasado a serme necesarias ; BENDITO SEA DIOS AHORA Y POR SIEMPRE .Dios se lo pague..🙏🙏

  2. Mane dijo:

    En lo más simple y cotidiano es donde Dios se hace presente. Y donde lleva a cabo sus proyectos.
    Esta festividad de la Anunciación del Señor nos recuerda el acontecimiento por el que Dios entra en la historia humana.
    Lo mismo que ella, nosotros también escuchamos » voces de ángeles »
    Gracias querida comunidad de Sobrado.
    Cuídaros mucho

  3. Bea dijo:

    Me ha venido bien esta reflexión, bien es cierto que en estas circunstancias, estamos experimentando desde dentro ( no sé si egoístamente) con mayor fuerza el poder de la oración suplicante, y el valor de la figura de María, la mujer más sencilla elegida por Dios….

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