Santos Fundadores

Conexión con la fuente | Instalación de Tanabe Chikuunsai IV | Chaumont-sur-Loire (Francia)

Para los cistercienses del s. XII el “libro de la experiencia” de cada uno, sus aspiraciones personales, se consideraban como una ayuda primordial para entender lo que proponía San Benito en su Regla. De ahí la gran importancia que tenía para ellos la conversión continua del corazón, que es la gran aspiración que mueve a estos monjes rebeldes. Uno entra en proceso de conversión cuando toma conciencia de su vida cristiana y se pone a vivirla de verdad.

Varias son las realidades que confluyen en la conversión del corazón. Una de ellas es la desalienación. El término alienación aplicado al terreno espiritual, significa que uno vive ajeno a sí mismo, en un modo de conciencia y de existencia contradictorios con su verdadera identidad y condición de hijo de Dios. La conversión como desalienación implica un movimiento contrario: una desidentificación de los sentidos y una atención al propio corazón, para conocernos a nosotros mismos y emprender la búsqueda de Dios.

Para nuestros padres prestar atención a la conciencia o guardar el corazón, es sinónimo de entrar en uno mismo para iniciar el camino de la interioridad guiado por la Palabra de Dios, que resuena al mismo tiempo en la Escritura y en el fondo del corazón.

La Palabra que habla en la Escritura y en el alma es llamada y luz. Llamada a convertirnos, a salir de la alienación en los sentidos y a volver al corazón. Luz que ilumina la mente para que -meditando y rumiando- emprendamos el camino hacia la triple verdad: la verdad de nosotros mismos, la verdad del prójimo y la verdad en sí misma o de Dios. No volver a la propia verdad es no volver tampoco a Dios y quedarse en el infierno del ego, dada la estrecha conexión existente entre el retorno a sí mismo y el retorno a Dios.

Según los padres, el que vive alienado, vive en la mentira y en el orgullo, y el que se conoce a sí mismo, vive en la verdad y en la humildad, porque verdad y humildad van juntas. Este conocimiento no se estudia en los libros: lo da la experiencia de la vida. En otro contexto dirá el Hno. Rafael que “tus propias caídas te irán enseñando”.

Hay un conocimiento básico de nosotros mismos que consiste en adquirir conciencia de nuestra propia miseria; y una humildad básica que consiste en ser capaz de asumirla y aceptarla sin resentimiento ni justificación. Esto nos vuelve mansos, nos quita engreimiento espiritual, nos capacita para ser compasivos con las miserias ajenas.   

El que conoce su verdad se hace pequeño, se desdiviniza, deja a un lado toda megalomanía espiritual, como la del fariseo, y se pone en el lugar que debe, que es el del publicano. No se trata de envilecerse o despreciarse en el sentido morboso del término, sino no ir por la vida como un gallito, dejar de representar un personaje, aunque sea el de un santo. La psicología afirma con frecuencia que no hay que despreciarse a sí mismo, sino tener el valor de afirmarse, de no machacarse ni odiarse, sino aceptarse y amarse. En términos vulgares, significa bajarnos de la burra en la que vamos montados, dejar de creernos lo que no somos, y reconocer nuestro yo contradictorio, aceptándonos sin autoengaño y sin excusas, sin proyectar una imagen bonita, que necesita que todos los demás a nuestro lado sean feos para poder sentirnos distintos.

La verdad básica se debe asumir. En eso consiste el comienzo del verdadero amor a sí mismo: en la aceptación de que somos una imagen fea y deforme, sin hundirnos por ello en la depresión o el autorrechazo. A este conocimiento y aceptación los padres le aplican la bienaventuranza de los mansos, porque produce paz y sanación. El que acepta su fealdad ante sí mismo y ante Dios se refugia en la misericordia y tiende a la conversión, al deseo de cambiar, de alcanzar la integridad, no por perfeccionismo, sino “por amor a la verdad”. A los que hacen esto le aplican también la bienaventuranza de los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos alcanzarán misericordia. Momento realista en el que uno se hace juez de sí mismo ante la verdad.

Agradecidos en este día por el legado carismático de nuestros Santos Fundadores que alienta día a día la vida de nuestras comunidades, somos invitados a leer la Regla y los documentos primitivos con una nueva luz, no sólo con un corazón que escucha, sino con un sentido de atención para oír lo que el Espíritu está diciendo hoy a las iglesias, a nuestras iglesias cistercienses. Si hacemos esto, quizá podamos valorar mejor el modo cómo consideraron la RB los Fundadores, y cómo fue para ellos un camino de liberación y gracia, nunca de estancamiento y esclavitud. Que por su intercesión y la de Santa María, Madre del Císter, la vida cisterciense en nuestras comunidades sea un camino de liberación y gracia.

3 comentarios en “Santos Fundadores

  1. Mane dijo:

    Triple verdad. Las verdad de uno mismo, la verdad del otro y, la verdad de verdades, que es Dios mismo!! Llegar a discernir esto es tarea ardua y complicada. Pero ahí estais por algo especial que os convoca!!!!.
    Felicidades!!!!!,querida comunidad de Sobrado..
    Un abrazo enorme para todos!!

  2. vicenta rúa lage dijo:

    Al volver la mirada a nuestra profundidad, nos encontramos con esta humildad y el amor misericordioso, que nos permite aceptarla con gozo y paz… Y maravillarnos… Y agradecer… Y vivir.
    La hondura es tan emocionante como bella y simple. Solo pide autenticidad. Hemos nacido y venido al mundo para ser testigos de la verdad, como Jesús.
    Muchas gracias. Nunca será tarde para expresar, a cada hermano, mi cariño y mis mejores deseos.

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