Durante cuatro domingos vamos a reflexionar en el largo capítulo sexto de San Juan sobre el discurso del “Pan de Vida” que pronunció Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm.
En el ritmo ascendente que va teniendo el discurso, vemos cómo Jesús va llevando a la gente que escucha, de la búsqueda de un alimento material que resuelva el problema de trabajar para poder comer, a un alimento que compromete la vida de la gente con su persona, con su pasión por el Reino, con su sentido de la justicia y de igualdad entre las personas, con la presencia de un Dios que no habita en templos construidos por manos de hombres, sino que se manifiesta en su Vida y en sus Obras.
Ya no es el Dios del Sinaí, el de la Ley, sino el de la gracia y la verdad que se manifestó en su Hijo Jesucristo. Ya no es el Dios del maná que comieron los Padres en el desierto y murieron, sino el que se manifiesta como el pan que da vida al mundo. Jesús es el pan «bajado del cielo», no puede ser confundido con cualquier alimento. Ahora se trata de algo más profundo, de un cambio radical en la vida del buscador de Dios y de los bienes de Dios. Ya no son bienes perecederos: comida, vestido, bienes materiales que nos dan “tranquilidad” pero tienen el poder de esclavizarnos, incluso de llegar a matar por ellos. Jesús nos quiere libres: «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis» (Mt 6,25). Quiere que nuestros deseos trasciendan lo meramente material: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no por que habéis visto signos, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre» (Jn 6, 26-27).
Jesús es el «pan bajado del cielo». No debe ser confundido con cualquier fuente de vida. Necesitamos los alimentos para vivir, para tener fuerza y salud, pero lo que nos ofrece Jesús es otra vida, otra fuerza. Un alimento vital que viene del misterio mismo de Dios, el creador de la vida. Jesús es el pan de vida y está pidiendo que se trascienda de la búsqueda de lo material hacia el hombre interior que no se puede saciar de un alimento material, sino con la voluntad del Padre: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34). Por eso no es posible encontrarnos con Él de cualquier manera. Tenemos que ir al fondo de nosotros mismos, abrirnos a Dios y escuchar lo que nos dice el Padre en nuestro interior, porque nadie puede sentir verdadera atracción por Jesús si no es atraído por el Padre que lo envió. Para eso se necesita un corazón abierto a la gracia que nos llevará a la libertad, y no estaremos cegados por las preocupaciones que esclavizan el corazón y el entendimiento.
Jesús está provocando la fe de los hombres a lo largo de la historia en su Vida y en su Obra. El que cree en Jesucristo y sabe entrar en contacto con Él conoce una vida diferente, de calidad nueva, una vida que de alguna manera pertenece ya al mundo de Dios porque «el que coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 58). Esta cercanía de comunión de fe en Jesús no significa no tener que trabajar por el pan de cada día, este hay que sudarlo y llorarlo muchas veces con lágrima de sangre. Ni Jesús ni Dios tienen poder para solucionarnos la vida, sí tienen poder, si creemos en ellos, de vivirla de un modo completamente distinto, porque comer su carne y beber su sangre son los nutrientes que nos dan fuerzas para enfrentarnos a los elementos hostiles a la dignidad de la persona humana tan pisoteada a lo largo de la historia.
La Eucaristía no es una devoción, es un compromiso de la comunidad que la celebra con la vida y la obra de Jesús de Nazaret, es un compromiso de crear espacios en los que el sentido de la justicia sea soberano sobre todas las ambiciones y egoísmos que destruyen la vida del mundo.
Ante las palabras de Jesús nos puede ocurrir lo mismo que a las personas que lo escuchaban y se escandalizaban de ellas. En el fondo, es el miedo a comprometer la vida, abrirse a algo nuevo, a algo que no sabemos hasta dónde nos pueden llevar sus exigencias. Y si Jesús no nos alimenta con su creatividad, seguiremos atrapados en el pasado, con un velo en nuestro corazón, viviendo nuestra fe de formas, concepciones y sensibilidades de otros tiempos que no son los nuestros. Hay gente que tiene nostalgia del pasado, a esa gente le dice muy acertadamente Enzo Bianchi:
«¡Ha vuelto la religión, no Dios! Si ayer el problema era “¡Cristo sí Iglesia no!” hoy podemos decir: “¡Religión, sí, Dios, Cristo no!”. La religión que ha vuelto es una religión dionisíaca, pánica, una religión “placebo” que asegura una confortación, eludiendo la fatiga y el sufrimiento, una religiosidad considerada como encanto místico del alma, como presunción psicológica, estética de inocencia. Marx ha muerto, pero Nietzsche vive (mito, sí, Cristo-Dios no)… Y he aquí que se presenta un horizonte, aparece la urgencia de la profecía: dar testimonio, con un exceso hoy quizás necesario, de la presencia del Dios personal y viviente; inventar un lenguaje paradójico, que muestre una clara diferencia entre las deidades politeísta-estéticas tan cautivadoras y el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Jesucristo. No un Dios de todos que se adapta a todo, sino un Dios viviente para el cual no solo existe referencia ética, sino amor…»
No lo olvidemos: no se puede echar vino nuevo en odres viejos. Se nos pide que creamos en el Dios de la vida y en su enviado Jesucristo, el único que puede desde nuestra fe en su persona hacer nuevas todas las cosas.
Gracias!!
Qué preciosa es esta enseñanza y que real !
“.. no es posible encontrarnos con Él de cualquier manera “…,, lo que está claro es que a Jesús no le gusta nada las medias tintas… lo dice Él mismo:: “ Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡ Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca “ ( Ap 3,15-16). Así es que…. nada….¡ a por todas!
Gracias
Sin alimento interior nuestra vida corre peligro. No podemos vivir sólo de pan, necesitamos algo más.
Homilía profunda y clara. Gracias por compartirla.
No es cuestión de creer sino de crearse en la experiencia.
Gracias