El fuego de Dios arde en todas las vidas

El geógrafo (det.) | Johannes Vermeer | 1669

Los hijos y las hijas llegan de lejos (Is 60,4), llegan los gentiles, coherederos, miembros de un mismo cuerpo (Ef 3,6), llegan los inesperados venidos de Oriente (Mt 2,1), llegan adoradores imprevistos, extranjeros que se arrodillan (Mt 2,11). Dios se deja conocer por los desconocidos, por la gente que no está inscrita en la lista de los invitados.

La manifestación de Dios suscita un movimiento imprevisible, no controlable, no reglamentable. Individuos que llegan de quién sabe dónde (vagamente «de oriente»), a través de caminos desconocidos (caen en Jerusalén sin que antes se hayan dejado ver, seguir, encaminar), y se van por itinerarios no obligados, no impuestos («se marcharon a su tierra por otro camino»). Los magos difícilmente podrían ser figuras más contemporáneas.

La geografía de Dios nunca se podrá enseñar en una escuela teológica. ¿Cómo arreglárselas para aprender una geografía sin confines, una geografía donde es imposible establecer quién es “cercano” y quién es “lejano”, donde las distancias quedan abolidas por un rayo de luz, por una inquietud secreta, por una nostalgia incurable, que alcanzan territorios impensables?

Jerusalén es lugar de paso, de verificación. Y los libros, aunque sagrados, están en su sitio. Y las personas “competentes” que los manejan son todavía más inmóviles. Los que detentan el poder legítimo facilitan la respuesta exacta, pero sin abandonar su posición “privilegiada”, sin intentar entender, sin dejarse implicar. Su falsa seguridad les hace faltar a la cita decisiva, les desplaza respecto a la historia. Considerándose centro obligado de todo y de todos, no caen en la cuenta del “juego” de Dios, que se manifiesta al margen de los programas y de las reglas fijadas por sus libros, al margen de los lugares y de los modos establecidos para la ceremonia de acogida. La posesión del saber les empobrece de lo esencial, o sea, de la trepidación de la espera, de la sorpresa del encuentro. Se creen que Dios depende de ellos. Y no caen en la cuenta de que él sólo depende de su libertad y gratuidad infinitas.

La epifanía es la manifestación de Dios en la carne humana. Dios en lo humano, en todo lo humano y en todos los humanos. Por esto, este misterio sigue en cada una de nuestras vidas. Por puro don, en nuestras vidas arde la misma luz que atrajo a los pastores y a los magos. No es en las estrellas donde tenemos que intentar descifrar los trazos de la presencia de Dios, sino en los acontecimientos cotidianos que nos desasosiegan, nos indignan y nos maravillan, en la complejidad y las contradicciones de lo humano, en ese misterio insondable que es la vida humana.

Si hay momentos de oscuridad o de ausencia es porque nuestra mirada condicionada y excluyente sigue buscando la manifestación de Dios en lo extraordinario, en lo insólito, en lo bueno y bello según nuestros criterios. La dimensión de lo divino debe ser buscada en el entramado de la vida. En todo acontecimiento hay una epifanía: en el duelo, en la pobreza, en la revelación del amor, en el dolor, en la esperanza o en el desespero.

Hay seres humanos que sin saberlo son epifanías vivas de la gratuidad, de la ternura y de la paciencia del amor de Dios. Hombres y mujeres que vinieron de lejos, y que en el viaje han nacido una segunda vez, heridos y vencidos por la misericordia de Dios. Son antorchas en medio del mundo sin ningún tipo de espectacularidad, llevan dentro un fuego encendido, un fuego de humildad, de gratitud y de compasión. Son gente que sabe esperar a los que vienen de lejos, tantas veces demasiado cargados, sedientos, frustrados, que llevan dentro de sí una ansia obstinada de luz. Vienen de lejos. Todos venimos de lejos buscando lo que llevamos dentro.

Arrodillémonos con la sencillez de los niños y de los pobres. En silencio. El fuego de Dios arde en todas las vidas.

10 comentarios en “El fuego de Dios arde en todas las vidas

  1. Mari Carmen Hernández dijo:

    » En todo acontecimiento hay una epifanía: en el duelo, en la pobreza,, en la revelación del amor,, en el dolor, en la esperanza, o en el desespero…..
    Arrodillémonos con la sencillez de los niños y de los pobres. El fuego de Dios arde en todas las vidas»»

    Muchas gracias. FELIZ EPIFANÍA DE LA TERNURA Y DEL AMOR

  2. pedro garciarias dijo:

    Solo la sabiduría del Espíritu Santo de Dios pudo inspirar al autor de este esperanzador texto, la valentía del mismo nos llena de alegría, sí, mesiánica, nos alegremos todos: porque los excluidos cuentan.

  3. Beatriz dijo:

    Amén !
    “ heridos y vencidos por la misericordia de Dios “ .
    Con palabras de San Rafaél Arnáiz :
    “ Ansiedad en los corazones, polvo de los caminos recorridos de noche… ¿ Dónde está aquél que ha nacido?…,pregunta que se le escapa al alma, después de peregrinar por los desiertos y atravesar tierras extrañas…, almas que también recorren los caminos de la tierra como los Magos de Oriente, siguen preguntando al pasar: ¿ Habéis visto al que ama mi alma?

    Feliz Epifanía!!!

  4. comunidade grão de mostarda dijo:

    «Hay seres humanos que sin saberlo son epifanías vivas de la gratuidad, de la ternura y de la paciencia del amor de Dios (…) Son antorchas en medio del mundo sin ningún tipo de espectacularidad, llevan dentro un fuego encendido, un fuego de humildad, de gratitud y de compasión.»
    A nossa gratidão, imersa na profundidade, mais funda, deste vosso EL FUEGO DE DIOS ARDE EN TODAS LAS VIDAS!

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