«El Espíritu condujo Jesús al desierto, donde el diablo lo puso a prueba durante cuarenta días» (Lc 4,1-2).
Los Salmos son el verdadero jardín del solitario y las Escrituras son su Paraíso. Le revelan sus secretos porque, en su extrema pobreza y humildad, no tiene otra cosa de que vivir salvo de sus frutos. Para el verdadero solitario, la lectura de las Escrituras deja de ser un “ejercicio” entre otros ejercicios, un medio de “cultivar” el intelecto o la «vida espiritual”, o de “apreciar la Liturgia”. Para quienes leen las Escrituras de una manera académica, estética o meramente devocional, la Biblia ofrece, por cierto, vivificación placentera y pensamientos provechosos.
Pero para aprender los secretos internos de las Escrituras debemos convertirlas en nuestro auténtico pan cotidiano, encontrar a Dios en ellas cuando estamos en gran necesidad, ¡y cuando no podemos hallarlo en ninguna otra parte y no nos queda dónde buscar!
En la soledad descubrí que Tú has deseado el amor de mi corazón, oh Dios mío, el amor de mi corazón tal cual es: el amor del corazón de un hombre.
Encontré y he conocido, por tu gran misericordia, que el amor del corazón de un hombre que está abandonado, quebrado y empobrecido es más amable para ti y atrae la mirada de tu piedad, y que ése es tu deseo y tu consuelo, oh Señor mío, para estar más cerca de quienes te aman y te llaman “Padre”. Tal vez no tengas mayor “consuelo” (si así puedo expresarme) que consolar a tus afligidos hijos y a quienes vienen a ti pobres y con las manos vacías, sin otra cosa salvo su humanidad, sus limitaciones y una gran confianza en tu misericordia.
Sólo la soledad me ha enseñado que no debo ser un dios o un ángel para agradarte, que no debo volverme una inteligencia pura sin sentimientos y sin imperfecciones humanas antes de que escuches mi voz.
Tú no esperas que me vuelva grande antes de estar conmigo para escucharme y contestarme. Son mi pequeñez y mi humanidad las que te han llevado a hacerme tu igual descendiendo a mi nivel y viviendo en mí mediante tu misericordioso cuidado.
Y ahora, es tu deseo no que te de las gracias y el reconocimiento que recibes de tus grandes ángeles, sino el amor y la gratitud que emanan del corazón del niño, un hijo de mujer, tu propio Hijo.
Padre mío, sé que me has convocado para vivir a solas contigo, y para aprender que si no fuera un simple hombre, un simple humano capaz de todos los errores y todo el mal, también capaz de un frágil y errático afecto por ti, no sería capaz de ser tu hijo. Deseas el amor del corazón de un hombre porque tu divino Hijo también te ama con el corazón de un hombre, y Él se volvió hombre a fin de que mi corazón y su Corazón puedan amarte en un sólo amor, que es amor humano nacido y movido por tu Santo Espíritu.
Por consiguiente, si no te amo con amor de hombre, con simplicidad de hombre y con la humildad de ser yo mismo, nunca paladearé la plena dulzura de tu paternal misericordia, y tu Hijo, en cuanto a mi vida, habrá muerto en vano.
Es necesario que yo sea humano y siga humano a fin de que la cruz de Cristo no quede vacía. Jesús no murió por los ángeles sino por los hombres.
Esto es lo que aprendo de los Salmos en la soledad, pues los Salmos están colmados de la simplicidad humana de hombres como David que conocieron a Dios como hombres y lo amaron como hombres, y por lo tanto conocieron al único Dios verdadero, Aquel que enviaría a su único Hijo a los hombres, a imagen del hombre, para que ellos, mientras seguían siendo hombres, pudieran amarlo con un amor divino.
Y éste es el misterio de nuestra vocación: no dejar de ser hombres para volvernos ángeles o dioses, sino que el amor de mi corazón de hombre pueda volverse amor de Dios por Dios y los hombres, y que mis lágrimas humanas puedan caer de mis ojos como las lágrimas de Dios, porque manan de la moción de su Espíritu en el corazón de su Hijo encarnado. De ahí que el don de la piedad crezca en la soledad, nutrido por los Salmos.
Cuando se aprende esto, nuestro amor por los otros hombres se vuelve puro y poderoso. Podemos ir hacia ellos sin vanidad y sin complacencia, amándolos con algo de la pureza, la delicadeza y lo recóndito del amor de Dios por nosotros. Éste es el fruto verdadero y el propósito genuino de la soledad cristiana.
Thomas Merton, Pensamientos en la Soledad
Gracias.
es en la soledad y Comuniòn entre hermanos, donde acontece la escucha y atendemos que la vida espiritual es un manar constante de Amor y atendemos que los secretos internos de las Escrituras, es Fuente inagotable de Vida.
Bien acogida esta gran luz, dará frutos en el amor a Dios y los hermanos. Seguiremos anhelando ser como nuestro Padre, fundirnos en la transparencia y el fuego… Pero, aceptada nuestra pobreza y su misericordioso amor, toda posibilidad de enfermiza angustia queda destruida.