Un mensaje para recordarnos que somos vida

En la iglesia del monasterio

En el evangelio de Marcos no hallamos ninguna referencia al nacimiento ni a la infancia de Jesús. Tras un título cargado de sentido, el relato se abre con la figura del Bautista que, tras la evocación de la profecía de Isaías –aunque, en realidad, luego se mezclan textos de Malaquías (3,1) y del propio Isaías (40,3)-, es presentado como mensajero o precursor.

La primera frase no es sólo el comienzo, sino el título del relato. Y empieza por una palabra que, a quienes conocían la Biblia hebrea, tenía que resultarles sumamente evocadora: “Comienzo” o “principio” parece hacer referencia al inicio del libro del Génesis: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra” (1,1). De este modo tan simple, el autor hace un guiño a sus lectores: Jesús es el verdadero comienzo, con él se opera la verdadera creación.

En ese mismo título, el evangelista deja clara la fe de su comunidad en Jesús, “Cristo (o Mesías), Hijo de Dios”. Con el primer término, se hace alusión al cumplimiento de las promesas mesiánicas en la persona del Maestro de Nazaret; con el segundo, se lo reconoce en el ámbito de la divinidad, aunque no pueda entenderse en el sentido fuerte que proclamará el Concilio de Nicea.

Paralelamente, Marcos está inventando un nuevo género literario –el “evangelio”- que, a partir de él, aludirá a los escritos sobre Jesús. Hasta ese momento, el término “evangelio” se refería a alguna “buena noticia”, particularmente en el campo militar.

Tras el título, el autor inicia el relato presentando la figura de Juan como “precursor” que apunta y señala a Jesús. De hecho, aparece vestido como el gran Elías (2 Re 1,8) y su alimento es el de un nómada.

El desierto era un lugar cargado de connotaciones para el pueblo: lugar de prueba y, al mismo tiempo, de intimidad con Dios, fue el camino de la liberación, desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Juan, en el desierto, anuncia el nuevo éxodo, la liberación que va a tener lugar en Jesús: esta es la imagen de fondo con la que juega nuestro autor (imagen, por cierto, que aparecerá también en el cuarto evangelio).

El bautismo era un rito de inmersión, dotado de un simbolismo de muerte/resurrección que han conocido distintas religiones y que hace referencia a un cambio de estado. En la primera comunidad cristiana, el propio Pablo lo retomará cuando hable de la “vida nueva” en Cristo: “Por el bautismo hemos quedado sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva” (Rom 6,4).   

Pero lo que realmente importa al evangelista es la proclamación de Juan, que se refiere a Jesús con una doble expresión: aquél a quien “no le desata las sandalias” y el que “bautiza con Espíritu Santo”. ¿Qué significan estas palabras?

Con la primera de esas expresiones, Marcos presenta a Jesús como el esposo del nuevo pueblo, de la humanidad. El rito de “desatar la correa de las sandalias” –tal como narra el Libro del Deuteronomio 25,5-10- remite a la “ley del levirato” –del latín “levir”, cuñado-. Según esa ley, cuando moría un hombre casado sin haber dejado descendencia, su hermano debía desposar a la viuda; en el caso de que él se negara, ella, delante de los ancianos del pueblo, “le quitará la sandalia del pie y le escupirá en la cara” (Deut 25,9).

Con ese trasfondo, “no quitarle la sandalia” significa que Jesús está dispuesto a desposar al pueblo. De esta manera, Marcos lo presenta con una de sus imágenes preferidas –lo será también para el cuarto evangelio-: la de novio o esposo. Así como los profetas cantaban a Yhwh, que desposaba al pueblo por amor, Marcos muestra a Jesús como el nuevo esposo del nuevo pueblo.

Con la segunda expresión, se resume la misión de Jesús. Como he señalado antes, el bautismo con agua realizado por Juan era un gesto simbólico del nuevo nacimiento: del mismo modo que la persona se sumerge en el agua y sale de ella limpia, quien se bautizaba manifestaba su disposición a “morir” a lo viejo para “resucitar” a una vida nueva.            

Pues bien, contraponiéndolo a esa imagen, de Jesús se afirma que “bautizará con Espíritu Santo”. Bautizar con Espíritu Santo significa comunicar la misma vida divina. Y así queda bellamente definida su misión, que en el evangelio de Juan se recogerá con palabras similares: “He venido para que tengan vida, y vida en plenitud” (Juan 10,10). Vida divina es vida en plenitud.Hablando con rigor, más que “comunicar” vida, lo que Jesús nos aporta es descubrirnos que, como él, somos Vida.

Enrique Martínez Lozano

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