Santos Fundadores

Desierto – Oración | Enrique Mirones, monje de Sobrado | 1999

Hoy, las comunidades cistercienses celebramos nuestros santos fundadores: Roberto, Alberico y Esteban. 

Los monjes tenemos ya una larga historia. Nuestras raíces se hunden en el Evangelio de Jesús de Nazaret. Él es referencia obligada porque sólo Él tiene Palabras de Vida Eterna. Toda reflexión sobre la vida monástica que no le tenga a Él como esa referencia explícita está llamada al fracaso. Como pequeña semilla, la vida de los monjes siempre ha ido creciendo en las fecundas tierras de la humildad y del ocultamiento. Los fundadores del Nuevo Monasterio querían una vida sencilla, una vida simple con el Dios Simplicísimo, porque percibieron que en una vida así residía la felicidad.

La sencillez huye de nuestras vidas fácilmente, cuando ser sencillo sería la forma natural de ser. Es debido a la desemejanza en la que nos encontramos, arrojados del hogar, alejados de nuestra patria en el país de la complejidad. Amamos la simplicidad porque sufrimos al ser víctimas de nuestra complejidad y de la facilidad con la que complicamos lo que tocamos. No podemos llevar una vida sencilla, mientras no solucionemos nuestra complejidad. Y no podemos solucionar lo complicados que somos como se hace una poda, porque así no vamos nunca a la raíz.

Querer ser sencillos y rechazar ser complicados, está dañado en su misma raíz porque ello supone que no hay aceptación, ni amor. No hay amor a lo que es, y el amor siempre es amor a lo que es, a lo real. Si en la escuela del amor, que es la feliz definición de un monasterio cisterciense, no se aprende la misericordia y la aceptación, lo demás poco vale. Y la misericordia empieza por uno mismo, y cuando es así podemos tener la certeza de que nuestro amor a los hermanos será amor de verdad.

¿Cómo es un hombre simple? ¿Cómo es el hombre de corazón puro? En nuestra tradición monástica nos encontramos con esta breve historia:

– Dijo el maestro al discípulo: Acércate al cementerio. Una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.
– El discípulo se dirigió al cementerio. Una vez allí, comenzó a decir toda suerte de elogios a los muertos y después regresó junto al maestro.
– ¿Qué dijeron los muertos?, preguntó el maestro.
– No respondieron, contestó el discípulo.
– Y el maestro le ordenó: Volverás al cementerio y soltarás toda clase de insultos a los muertos.
– El discípulo acudió de nuevo al cementerio y siguió las instrucciones del maestro. Vociferó toda suerte de imprecaciones contra los muertos y después se reunió con el maestro.
– ¿Qué dijeron los muertos?, preguntó por segunda vez el maestro.
– No respondieron, contestó el discípulo.
– Y el maestro concluyó: Así debes ser tú: indiferente como un muerto ante los halagos o los insultos de las otras personas.

Dietrich Bonhoeffer expresó maravillosamente cómo es el hombre simple de corazón puro: Aquel que no se mancha ni con el mal que comete, ni con el bien que hace. En un caso y en otro lo que permanece, en un corazón puro, es el aroma y el sabor de que todo es Gracia, todo está en las manos de Dios. En el hombre simple suceden cuatro cosas hermosas: no hay culpa, no hay orgullo, no hay odio, no hay envidia. La vida se vuelve simple. Contempla que la vida de todos está envuelta por el amor incondicional de Dios.

Dice Teilhard de Chardin: Piensa que estás en manos de Dios, tanto más fuertemente agarrado cuanto más decaído y triste te encuentres. Vive feliz, te lo suplico. Vive en paz. Que nada te altere. Que nada sea capaz de quitarte tu paz. Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales. Haz que brote, y conserva siempre en tu rostro una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige. Y en el fondo del alma coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios. Recuerda: cuanto te reprima o inquiete es falso. Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios. Por eso cuando te sientas apesadumbrado y triste, confía y adora…
¡Adorar! Es decir, ¡perderse en lo insondable, sumergirse en lo inagotable, encontrar la paz en lo incorruptible, dejarse absorber por la definida inmensidad, ofrecerse al Fuego y a la Transparencia, aniquilarse consciente y voluntariamente a medida que vamos tomando consciencia de nosotros mismos, entregándonos a fondo a lo que no tiene fondo! Cuanto más el ser humano se convierta en humano, más sentirá la necesidad, cada vez más explícita, de adorar.

Que nuestros santos fundadores, y María Madre del Císter intercedan por nosotros para que nos sea regalado el don de la simplicidad.

4 comentarios en “Santos Fundadores

  1. Fernando Ocampo dijo:

    Unidos y orantes. En este día tan especial oremos por todos los que tratamos de vivir la Regla de San Benito, de acuerdo a nuestro estado.

  2. Carlos Martín dijo:

    Ah, La vida simple…uno siente que si no es llevado de la mano de la Gracia, qué difícil transitar este mundo intrincado donde la culpa, el error y la ignorancia devienen en complejidad,en incesantes pensamientos que hacen de nuestra vida una selva inextricable. Por ello, benditos quienes son penetrados por la Luz y llevados de la Gracia. Con todo, uno ha de aceptar lo que es y espera acaso acceder un día a la armonía con todo lo que » es», acceder en suma a la Vida Simple. Gracias, hermanos

  3. Fernando MÁ dijo:

    Roberto, Alberico y Esteban entendieron bien el Evangelio, traduciéndolo en su vida y legando a las generaciones posteriores la vida de simplicidad de Císter.¡Gracias! Para los que no vivimos en un monasterio es camino también, incluso en medio de la gran ciudad y los mil y un quehaceres de cada día.

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